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La democracia burguesa. La Cuarta Transformación contra la aritmética del engaño

por Fernando Buen Abad Domínguez     31 de mayo de 2021

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Las condiciones concretas de la democracia burguesa (realmente existente en México) no las elegimos nosotros, no se nos consultó por el modelo, la temporalidad ni la dinámica objetiva con que esa democracia burguesa debería desarrollarse en las mínimas condiciones de pulcritud que la cordura social exigiría. Por esa razón ni se la respeta ni se la referencia como un logro colectivo, principalmente porque no es producto de una vida democrática interna capaz de parir instituciones como expresiones de voluntad colectiva sana, realmente participativa, o como espacio político con una dinámica honesta y sentido de las necesidades sociales, consciente de su tarea de esculpir la historia, de dirigir las instituciones, de mandar obedeciendo y de cumplir, en tiempo y forma, los objetivos para los cuales debería funcionar la democracia y deberían operan los mandatarios. «No es lo mismo hablar de revolución democrática —decía Hugo Chávez— que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno, como el caballo: es revolución, pero es democrática. Es un freno conservador. El otro concepto es liberador, es como un disparo, como un caballo sin freno: democracia revolucionaria, democracia para la revolución. La democracia revolucionaria debe ser necesariamente una democracia fuerte, una democracia poderosa; debe llenarse cada día de mayor fuerza, poder; no puede ser una democracia debilucha, lánguida, insulsa, ingenua».

Cada voto es un hecho histórico. Es la identidad cívica de las personas, su información o desinformación; sus anhelos, temores o su ignorancia política. En el voto se plasma la historia individual y colectiva. Los votos no deben ser festín de mapaches ni chantaje de anulaciones. Y es que la democracia burguesa es una emboscada contra la voluntad de los pueblos y la capacidad de decisión organizada que es lo único que, realmente, puede construir un programa de transformación integral para una sociedad que respete la diversidad y la multiplicidad de las voluntades en la tensión de la lucha de clases y en la resolución del conflicto capital-trabajo. En estas condiciones la democracia burguesa, con su carácter de emboscada, va quedando al desnudo y muestra su ningún interés por respetar la voluntad democrática de los pueblos; lo que evidencia cómo la tensión interna de las clases se perfila en la definición de formas diferentes del poder colectivo por encima del poder individualista y por tanto del poder económico.

Es patético que la autoridad electoral no sea elegida por su propio pueblo, desde las bases. Que no tenga el pueblo un proceso de escrutinio permanente y un modelo de revocación en todos los mandatos cuando ocurren episodios de traición, de defraudación o de engaño a las bases que, objetivamente, deberían ser las electoras supremas del poder electoral. Y no es mucho pedir que, además, el poder electoral sea ratificado permanentemente en virtud de la dinámica misma de los procesos, en los muy diversos niveles, que deberían incluir también a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial que, por cierto, en todas sus escalas no tienen por qué prescindir de la voluntad democrática de los electores y mucho menos su escrutinio minucioso sobre el comportamiento en cada una de las esferas del aparato burocrático o de cualquier organización en sus expresiones más diversas. En eso queda claro que la democracia, en las concepciones burguesas, no representa en casi ninguno de sus aspectos la dinámica y la problemática de una sociedad en la que desde la industria, la academia, las ciencias, las artes, las tecnologías, en suma, en todas las áreas de su desarrollo cotidiano y en todos los campos de las fuerzas productivas, exige fortaleza democrática, procesos electorales permanentes, transparentes y austeros para constituir realmente una identidad democrática de nuevo género hasta hoy desconocida absolutamente en México y en buena parte del planeta.

Pero lo “ideal” por sí solo no resuelve lo concreto. Lo deseable no resuelve lo realizable (Sánchez Vázquez). En materia de democracia pisamos, históricamente, un territorio ajeno… si no es que enemigo. Nos obligan a participar con sus leyes, sus autoridades, sus matemáticas y sus resultados. Hacemos lo que podemos en condiciones totalmente asimétricas, con procesos electorales insuficientemente informados, candidatos insuficientemente validados y formados, sepultados con promesas impúdicas e impunes, con marabuntas de propagandas insufribles y modos infernales pagados con dinero del pueblo. Una obscenidad monstruosa.

En esas condiciones nos toca participar de la democracia burguesa. Y en eso no hay justicia. En tanto no se logre derrotar un modelo económico, armado hasta los dientes para usurpar el salario de la clase trabajadora; un sistema de dominación intelectual que ha monopolizado armas de guerra ideológica, que descarga su virulencia inhumana contra los pueblos originarios, los campesinos, los obreros y en general la clase trabajadora, con impuestos, corrupción, desamparo, insuficiencia de viviendas, escuelas, medicamentos… insuficiencia de dignidad en todos los rincones de la vida colectiva. Mientras esas condiciones de desigualdad imperen, no hay posibilidad alguna para una democracia verdaderamente sana.

Hacemos lo que podemos. Con errores, con contradicciones, con todo género de limitaciones para poder expresar el hartazgo y la indignación de aquellos que todavía anhelan una vida digna. Es decir, una mayoría inmensa. Es fácil perderse en el bosque de palabrerío leguleyo, en las miles de trampas y engañifas de los partidos políticos mercantiles y traidores. No es fácil saber qué se vota, cuando los votos no son respetados ni contabilizados bajo la mirada honesta de una democracia confiable. Es fácil sentirse defraudado y muy fácil sentirse traicionado en un clima de política electoral que, siendo sólo una parte de la democracia, parece eclipsar todo con suciedad burocrática, desparramada por todas partes.

Hacemos lo que podemos para transformar una realidad compleja, y algo que sí podemos hacer, aun yendo lenta y minuto a minuto, es la revolución de las conciencias. Pero hay que hacer mucho más. Organizarse, intervenir, cambiarlo todo desde la filosofía de la democracia hasta las metodologías para garantizarla. Desde la explicación detallada y consensuada, hasta la transparencia del financiamiento integral de todas sus tareas e instituciones. No tolerar excusas ni concesiones. Está en juego la vida colectiva igualitaria y el porvenir que no acepta más las marrullerías históricas de los gendarmes represores del poder democrático de las sociedades. En eso es imperativo empeñarse apasionadamente, no porque sea suficiente, no porque sea milagroso, sino porque es «deseable, posible y realizable».

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