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Los fundamentos concretos del Movimiento de Regeneración Nacional

por Bernardo Cortés Márquez    1 de julio de 2021

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Es clara la composición uni-dual de Morena en tanto partido-movimiento. Es igualmente evidente que el partido surgió de un movimiento y es por ello que se insiste siempre en la primacía de éste por sobre la mera forma partido. Sin embargo, resulta necesario interrogarnos por la particularidad de este movimiento. ¿Por qué? Porque entrar a la problematización de las determinaciones de su surgimiento nos permite tomar conciencia de sus posibilidades en el corto y mediano plazo, sobreponernos a los distintos obstáculos que enfrentamos y comprender en qué medida es necesaria la forma partido. Es apremiante, entonces, reflexionar en torno a los elementos básicos que constituyen este proceso político, de modo que me gustaría aproximarme a dos de estos elementos que son cruciales en éste (el nuestro) y en todo proceso de transformación: el movimiento y el liderazgo.

Quisiera comenzar con una afirmación que la realidad nos impone, pues ésta nos servirá para intentar dilucidar cuál es el sentido “originario” del movimiento en el actual proceso de la 4T y, por ende, nos permitirá también captar la tarea que le es pertinente en el tiempo presente. El movimiento comienza como liderazgo y el liderazgo surge de una forma primaria de un movimiento en proceso de constitución de un pueblo. O dicho en otros términos: no es posible separar el movimiento del liderazgo ni el liderazgo del movimiento. En este sentido, habría que tomar en cuenta, en primer lugar, la especificidad del proceso que actualmente vivimos, ya que aquello que llamamos “movimiento” ha sido, paradójicamente, el desprendimiento del proceso de constitución de un liderazgo: el de Andrés Manuel López Obrador, el cual emergió en su momento, como sabemos, de la descomposición de las estructuras internas del PRD.

Debemos resaltar, entonces, el hecho curioso de que se trata de un movimiento surgido de un liderazgo que, a su vez, ha emergido de la descomposición de quien era en su momento el partido progresista de México. Recordemos, por ejemplo, que el intento de desafuero y el fraude electoral de 2006 volcaron a un sector importante de la población a reconocer en AMLO al representante de una lucha popular que se comenzaba a entablar abiertamente en contra del régimen neoliberal y la corrupción. Es decir, el liderazgo está presente y emerge ya como un “ungible”, como un sujeto susceptible de ser investido como un liderazgo en quien se empieza a canalizar la inquietud de transformación del pueblo, desde el juego interno de las estructuras de poder, desde la búsqueda por el poder mismo, a través de la participación en el proceso electoral. De este modo, el movimiento está inscrito y se desprende, como en parte diría Ernesto Laclau, del nombre mismo del liderazgo, a saber, el obrador-ismo; lo que muestra la imposibilidad, si atendemos a la realidad, de separar el movimiento de ese significante, de ese nombre (el líder), del cual, pese a todo, sería deseable desprender posteriormente una causa capaz de darle continuidad al movimiento más allá de la defensa y el apoyo que hicieron posible que López Obrador llegara a la presidencia. Es un hecho contundente que el proyecto de transformación que se ha comenzado desde la amalgama pueblo-movimiento-liderazgo, enfrentará (y enfrenta ya) el momento inevitable de rebasar o exceder la personalidad del líder, a pesar de que, como dijimos, es desde él donde se desprende gran parte de su naturaleza.

Lo que quiero indicar con esto, entonces, es que el movimiento que da forma a la estrategia de la actual transformación es muy particular y no simplemente se ha generado desde la espontaneidad de las masas, sino desde la puesta en relación, la encarnación, que ocurre entre el liderazgo y los sectores populares. Es en tales relaciones en donde un movimiento comienza a surgir mediante el respaldo popular a un líder, pues no se puede hablar de un fundamento trascendente de lo político, sino de uno muy concreto. Por ende, el proceso de transformación se sostiene en la serie de relaciones que van del pueblo al líder y del líder al pueblo. Antes o más allá de esta relación no existe un pueblo en sentido político.

En esta tónica el movimiento de la 4T no debe confundirse con el de los movimientos sociales. En parte esto tiene algo de obvio si aceptamos que en el tiempo actual el movimiento de la Cuarta Transformación tiene un fundamento claro que le da una unidad. Y aunque en ésta, desde luego, es posible distinguir una pluralidad de elementos, sectores de la población y demandas, lo cierto es que todas ellas están adscritas al proceso y al liderazgo de nombre Obrador: el obradorismo. Discrepo, en este sentido, de quienes simplemente afirman que la 4T está sustentada en los movimientos sociales o que la naturaleza de su “movimiento” es equiparable a la de aquellos con sus demandas particulares, pues creo que esta percepción es imprecisa y no permite comprender bien cómo y a través de qué se logra articular esta pluralidad de luchas que han comenzado a surgir dentro de la actual transformación y que no son simplemente su fuente originaria.

Es necesario diferenciar entre movimientos sociales en sentido estricto y movimiento popular. Este último (y es el caso del obradorismo) no ha surgido exactamente de una pluralidad de luchas cuyo eje articulador se lograría mediante el establecimiento de consensos entre los movimientos o de cadenas equivalenciales, sino que surgió (el obradorismo) con un propósito definido que una vez dado y ya presente el liderazgo, aglutinó en torno a su causa a diversos sectores populares que con el actual proceso se iniciaron en la participación política al interior de ese movimiento. Así, justamente todo aquello que hay de plural dentro del Movimiento de Regeneración Nacional, es gracias a diversos sectores de la población aglutinados en torno Obrador; lo que no impide, y así ha sucedido, que posteriormente diversas luchas específicas encuentren cabida dentro del partido y la 4T, como la cuestión de género, el feminismo o el problema ecológico, los cuales se suman de forma adjunta pero no predominante por sobre el interés popular que el actual proceso se esfuerza por obedecer. Ninguna demanda específica ni exactamente un grupo de luchas conjuntas codeterminan ni caracterizan el origen del actual proceso, a pesar de que sea cierto que muchas de ellas hayan comenzado a expresarse al interior del partido, lo cual resulta positivo porque permite una ampliación de aquello que hasta ahora le da sostén al movimiento: el liderazgo popular.

En nuestro movimiento hay un eje fundamental y común que permite expresar en su seno discursos derivados de profundizaciones específicas, en las cuales existe una fuerte permanencia dentro del obradorismo que no lo exceden, sino que pretenden surgir en su interior como brazos de un mismo cuerpo. Por el momento, entonces, estamos lejos de experimentar una inclusión de movimientos sociales propiamente externos dentro del movimiento de regeneración, pues lo que tenemos más bien es el surgimiento de espacios para estas luchas en su interior, todas las cuales están inscritas inevitablemente en la lógica de un movimiento popular en relación directa con lo que llamamos obradorismo.

¿Qué buscamos con esta pretendida precisión? Intentamos delimitar la naturaleza del movimiento tal cual se nos muestra ahora y respondiendo a los fundamentos históricos del proceso de transformación, principalmente al hecho de que hasta este momento el movimiento no puede experimentar -todavía- una autonomía del liderazgo que le dio origen. Lo que está en el fondo es una construcción popular que debe ponernos a reflexionar los distintos problemas que surgen en torno al partido-movimiento. Ahora bien, una vez que el fundamento concreto del movimiento (el liderazgo) ha asumido el Gobierno, ¿acaso el movimiento no experimenta un momento crítico en su composición más profunda? Sí, y creo que, en todo caso, esto es parte de una crisis de desmoralización que se da al interior del partido-movimiento y que desde hace tiempo podría haberse visto venir, misma que ha producido la indeseable desconexión entre movimiento y partido (lo que muchas veces significa que la forma partido puede ser capaz de desmovilizar al movimiento). Pero que Morena comience actualmente a desbalancearse hacia la forma anquilosada de partido y deje de ser instrumento del movimiento, implica también que el movimiento no ha logrado constituir la fuerza capaz de poder exceder el mero mecanismo electoral, en parte porque la ausencia del liderazgo que anteriormente lo sustentaba no puede ser cubierta sino por la dirigencia formal, lo cual comienza a incidir en la naturaleza y el impulso originario del movimiento. La cuestión sería, entonces, comenzar a reflexionar, tomar conciencia sobre las fuerzas que podríamos, como movimiento, constituir, alcanzar y condensar para que la forma partido esté realmente a nuestro servicio. Esa es la tarea.

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