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Feminismo

neoliberalismo

Feminismo antineoliberal para tiempos convulsos y de transformación (II) [1]

por Elvira Concheiro y Perla Valero    22 de julio de 2021

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2. Feminismos neoliberales, feminismos de mercado

«Feminismo de mercado», así es como algunas autoras le han llamado a aquellas estrategias que recurren al mercado para lograr la anhelada equidad de género; a los compromisos de ciertos feminismos con las agendas de política pública mediadas por organizaciones del sector privado que siguen la lógica de mercado. Así como el neoliberalismo fue el resultado de la crisis causada por el agotamiento y las propias contradicciones desarrolladas al interior del patrón de acumulación keynesiano, podríamos aventurar la idea de que el feminismo de mercado surge como un resultado de los propios límites de lo que Johanna Kantola y Judith Squires han denominado «feminismo de Estado», para referirse a la «maquinaria» que promueve la equidad de género al interior de las instituciones del aparato de Estado, con lógicas particulares y a veces contradictorias que no escapan de relacionarse con la empresa privada.

El auge del feminismo de mercado se da, precisamente, de la mano del neoliberalismo con su profundización del gobierno del mercado sobre la vida. Este régimen oscurantista que ha ordenado nuestras vidas durante las últimas cuatro décadas, ha producido una subjetividad que ignora las causas estructurales que producen la desigualdad, mientras abraza la responsabilidad individual y privada de su propio bienestar. La subjetividad neoliberal que se expresa en ciertos feminismos, entonces, es aquella que «hace de la desigualdad de género un asunto individual y ya no estructural», más relacionado con las elecciones de vida personales y las capacidades individuales que con las condiciones sociales de explotación.

Partiendo de estas premisas individualistas y egoístas, el feminismo neoliberal promueve la venta de microcréditos para las mujeres «emprendedoras» y «empoderadas» como programas de autoayuda individual; anuncia programas de «bancarización» de las mujeres para celebrar el 8M, como si se tratase de grandes logros feministas: e impulsa a ONGs que pasan a suplir el papel del Estado y la comunidad organizada para dar asistencia social, mientras forma redes clientelares y una ciudadanía pasiva e impulsa la agenda del capital internacional, abandonando todo esfuerzo estructural para impulsar la justicia de género como forma de justicia social.

Con este feminismo de mercado comenzaron a proliferar los llamados mercados violetas y el maquillaje de responsabilidad social de género para las empresas transnacionales, que han mercantilizado la retórica feminista. Como observa Tica Moreno, a través de la mercadotecnia las corporaciones vinculan el empoderamiento de las mujeres a su inclusión financiera y al consumo de ciertos productos, asociando fuerza y empoderamiento con belleza y con una «causa» social, mientras el objetivo sigue siendo la ganancia. Es así que monstruos transnacionales como Unilever pueden vender marcas como Dove en un nicho de «mercado violeta» con campañas de belleza real y body positive que ensalzan la autoestima femenina, al mismo tiempo que su marca Axe refuerza imágenes patriarcales de sumisión de las mujeres.

Para el feminismo de mercado la nueva masculinidad también vende, como lo muestra la campaña de la cervecera Heineken para promocionar su marca mexicana Tecate, que lanzó comerciales en contra de la violencia machista con el eslogan: «si no la respetas, Tecate no es para ti». Este activismo de marca se dirige al hombre «deconstruido» para que realice ganancias a ese capital; mientras «respeta» a las mujeres mantiene intactas las estructuras del capitalismo y el despojo de las reservas de agua que hacen las empresas cerveceras en el norte de México. Pero esto no importa, porque para el «ciudadano» neoliberal-consumidor es una empresa comprometida contra la violencia de género. Algo similar ocurrió con Grupo Salinas, consorcio empresarial que se sumó al paro feminista #UnDíaSinMujeres del 9 de marzo de 2020, en contra de la violencia de género y los feminicidios. Apoyando a sus trabajadoras un día del año mientras las sobreexplota cotidianamente y las expone, sin reparos y sin medidas de protección, al contagio de la covid-19.

Las derechas, aliadas de los intereses del capital, se han visto obligadas a asumir la retórica feminista pero suscribiendo este feminismo de mercado, neoliberal, empresarial y meritocrático; haciendo un uso estratégico de ciertos tópicos feministas y ofreciendo oportunidades laborales a las mujeres mientras persisten en su defensa de la familia tradicional. En los hechos, la agenda neoliberal, aunque se presente como supuestamente comprometida con la responsabilidad social de género, sólo ofrece soluciones privatizadas para que las mujeres concilien sus labores remuneradas con el trabajo de cuidados, mediante la flexibilización y el homeoffice, que profundizan la explotación y la división sexual del trabajo en el hogar.

El feminismo de mercado no sólo lucra con productos que se venden con empaque feminista, sino también con los patrocinios corporativos mediante asociaciones financiadas por el capital internacional, como algunas ONGs que implementan programas para poblaciones específicas, «compensando» la destrucción socioambiental que las propias corporaciones han producido a través de la subvención de campañas políticas para hacer lobby. Tal es el caso de la organización «Sí por México», iniciativa de oposición política fundada por empresarios de la COPARMEX para impulsar causas como la «paridad de género», mientras invitan por igual a organizaciones feministas que a pro-vidas, frenando en las cámaras iniciativas como el derecho al aborto.

Bajo el neoliberalismo también han proliferado las consultorías feministas, especializadas en garantizar el compromiso de empresas y gobiernos con los derechos de las mujeres, pero no de manera gratuita. Así ocurrió con ciertas ONGs que se tornaron, de la noche a la mañana, en «expertas» de género a la manera exigida por la tecnocracia. Con dinero público son contratadas para hacer evaluaciones sobre cómo implementar políticas públicas «de género», así como para elaborar indicadores de desigualdad de las mujeres. Esto ha sido posible bajo un régimen que nos vendió la creencia de que las empresas privadas son los principales agentes del bienestar, como si no fueran igualmente responsables de las condiciones de opresión que sufrimos las mujeres y de la violencia de género que se ha agudizado en los últimos cuarenta años. Como si fuese sólo responsabilidad de las instituciones del Estado y bastara con hacer reformas legales en materia de seguridad e impartición de justicia, y como si el ejercer la cultura machista fuese una «elección» meramente individual. Esto se refleja en el punitivismo individualista de ciertos movimientos feministas radicales, que reactualizan la subjetividad neoliberal que personaliza la violencia de género sin mediaciones de racialización y de clase, y que han resignificado la consigna de «lo personal es político» como una defensa de los intereses individuales y privados, tergiversada a una suerte de «mi causa soy yo misma». Pero también se expresa en el fracaso de las soluciones legalistas de protocolos contra la violencia de género, que no pueden acabar con la raíz del problema porque no tocan las estructuras fundamentales de la violencia y la opresión, las cuales se agudizaron bajo el régimen neoliberal.

Es por todo ello que el feminismo neoliberal, con su subjetividad empresarial, prefiere afrontar las reivindicaciones de reconocimiento a las de redistribución y justicia social, imponiendo una «igualdad de oportunidades en la dominación». Porque hoy la igualdad de género es un buen negocio, un «ganar-ganar», como lo dijo la ONU Mujeres, pero ¿para quiénes? El feminismo empresarial despolitiza la lucha de las mujeres, reduciendo el feminismo a un «estilo de vida» como decisión individual, a una forma de consumo elitista y a una ideología del empoderamiento meritocrático y de inserción en el mercado. Todo ello dirigido a algunas mujeres: aquellas que, ya en la cima, pueden fácilmente «romper el techo de cristal» sin trastocar jerarquías, en tanto se sostienen sobre la explotación de mujeres desposeídas, racializadas y marginadas, las más vulnerables en una sociedad desigual.

Frente a este panorama, algunos feminismos se preguntan cómo hacer para que nuestros instrumentos transformadores no devengan útiles a los intereses del capital y cómo construir estrategias políticas en contra del expolio neoliberal.

3. Tender puentes: hacia un feminismo antineoliberal, comunitario y transformador

En la coyuntura que vive México, es posible y necesario el despliegue de un feminismo antineoliberal que en forma franca se proponga poner freno a esa visión mercantilizada, de consumo individualizado, que entiende la inclusión como un asunto de dinero; pues esas «oportunidades» que ofrece la visión empresarial esconden nuevas y más profundas opresiones y lógicas de sujeción de las mujeres.

Necesitamos un feminismo que re-politice la lucha de las mujeres, en tanto se actúe con la conciencia de la fuerza de transformación integral que representa la lucha por la liberación y emancipación. Porque en las condiciones de crisis civilizatoria en las que nos encontramos, no basta con luchar por los derechos políticos que operen en un capitalismo «incluyente» para unxs pocxs. Nuestro horizonte de lucha piensa la justicia de género como parte de una justicia mayor, que busca poner fin a las formas patriarcales, racistas y explotadoras del capital sobre todos los seres vivientes. Es por ello que la lucha de las mujeres se levanta como una defensa de la vida, como una lucha en contra del capital y sus personeros que se alimentan de nuestros cuerpos y territorios, que viven de la muerte de quienes dejamos la vida en la realización de sus ganancias porque nos han despojado de todo, pero no nos han robado el futuro todavía.

Un feminismo antineoliberal, entonces, significa interferir con la dinámica de acumulación y despojo del capital que rompe los lazos comunitarios y pone en asedio la vida. Supone luchar contra la subjetividad neoliberal que se nos impone y que reproducimos en nuestros fueros más íntimos. Y en el contexto sociopolítico en que nos encontramos hoy en México, implica también una lectura fina de las coyunturas para tomar postura y emplazar una posición ético-política en favor de la justicia social, recuperando los feminismos plebeyos y populares que pueden construir desde–y–con las izquierdas. Porque compartimos el objetivo de terminar con todas las opresiones, reconociendo el gran peso de la opresión de género, pero sin perder de vista que ésta se encuentra atravesada por otras opresiones que hacen que mujeres y hombres, en nuestra diversidad concreta y múltiple, suframos el capitalismo de manera diferenciada.

El espíritu del feminismo es un espíritu de transformación, no de conservación de los privilegios de unxs cuantxs. Y su florecimiento requiere de un terreno político fértil para que la movilización de las mujeres avance, contribuya, se despliegue, se aterrice en demandas organizadas y logre posicionar la lucha que afecta a los privilegios patriarcales. Y esto no se logrará bajo proyectos políticos neoliberales que son falsos amigos de las mujeres. Para inventar lo que aún no existe, precisamos partir de lo que hay, asumiendo sus límites y contradicciones para transformarlas y llevarlas más allá. Abramos pues un amplio y directo debate en el movimiento plural y levantemos con decisión la bandera de los feminismos antineoliberales.


[1] Texto publicado originalmente en El ejercicio del pensar. Boletín del Grupo de Trabajo Herencias y perspectivas del marxismo, CLACSO, no. 10, junio 2021.

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