Repercusiones regionales y globales de la derrota de Estados Unidos en Afganistán (I)

Geopolítica

relaciones internacionales

Afganistán

por Sergio Rodríguez Gelfenstein    27 de agosto de 2021

La llegada al poder de los talibanes en Afganistán no sólo marca la derrota de Estados Unidos en la guerra más larga de su historia, más importante aún es que pone formal colofón al intento estadunidense de implantar un sistema internacional unipolar tras los atentados terroristas en ese país el 11 de septiembre de 2001.

Este hecho motivó que la administración estadunidense declarara la guerra al terrorismo y a todos los países que protegieran a terroristas, en lo que denominó «Operación Libertad Duradera», señalando a Osama Bin Laden como el principal sospechoso de los ataques y al gobierno talibán de Afganistán como su protector. Tal decisión estableció el riesgo de que la agresión de Estados Unidos pudiera extenderse (como efectivamente ocurrió) a otros países de Asia Central, Asia Occidental e incluso el norte de África utilizando el subterfugio del «terrorismo islámico» como instrumento.

Tal decisión condujo a trascendentes cambios en el sistema internacional. En el trasfondo, Washington trataba de definir a su favor la disyuntiva entre un mundo multipolar y uno unipolar que se resolvió a favor de este último. Estados Unidos emergió como única potencia mundial con el apoyo de todos para luchar contra el nuevo «comunismo», ahora denominado «terrorismo». Las declaraciones de Bush del 11 y 12 de septiembre de 2001 y sobre todo la del día 20 de septiembre de ese año, son —al igual que la Declaración Monroe y el Destino Manifiesto del siglo XIX y las 14 medidas de Wilson en el XX— el elemento ordenador y de principios de la política exterior de Estados Unidos para el siglo actual.

Lo que podríamos denominar Doctrina Bush de política exterior de Estados Unidos se caracterizó entre otras cosas por las siguientes definiciones: la utilización de cualquier arma de guerra que sea necesaria; la prolongación en el tiempo de las operaciones militares; la obligación de los países de asumir una postura ante la decisión de Estados Unidos que no dejaba espacios a posiciones alternativas: «cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión: o están con nosotros o están con el terrorismo» dijo Bush. Era la definición de un mundo falsamente bipolar. Los nuevos polos serían Estados Unidos y el terrorismo. Ante la imposibilidad de estar con el terrorismo lo que hizo fue imponer por primera vez en la historia un mundo unipolar.

Así mismo, la Doctrina Bush se caracterizó por la exacerbación de sentimientos nacionalistas y militaristas y por el involucramiento de todos los países y pueblos en el conflicto al afirmar que «esta es una lucha de todo el mundo, esta es una lucha de la civilización». Igualmente, había que aceptar que en el marco de un mundo unipolar Estados Unidos era el líder indiscutible: os logros de nuestros tiempos y la esperanza de todos los tiempos dependen de nosotros” dijo Bush. Finalmente, la necesaria inspiración divina encarnada también por Estados Unidos: «no sabemos cuál va a ser el derrotero de este conflicto, pero sí cuál va a ser el desenlace […]. Y sabemos que Dios no es neutral».

Este nuevo paradigma hizo que la agenda política internacional sufriera un cambio radical, puesto que la atención de las naciones se centró primero en las manifestaciones de apoyo y solidaridad con el gobierno estadunidense y en secundar su propuesta de conformar una coalición para enfrentar al terrorismo; sin embargo, a posteriori la atención giró en torno a la seguridad nacional.

Esto es lo que se ha desvanecido abruptamente el pasado 15 de agosto cuando los talibanes entraron en Kabul. Mucho se podría hablar de lo que ha ocurrido en los últimos 20 años, ríos de tinta se han vertido buscando explicación a los hechos vertiginosos que comenzaron el 6 de agosto con la captura de la ciudad de Zaranj, capital de la provincia de Nimroz en el suroeste del país, junto a la frontera con Irán, primera capital provincial que los talibanes ocuparon en su indetenible marcha hacia Kabul, conquistada el domingo ante el estupor de las fuerzas de ocupación y los gobiernos occidentales.

De alguna manera, la victoria talibán también es un duro golpe a la doctrina de pivote asiático de Obama, quien en 2011 declaró que Estados Unidos sería una potencia en los océanos Índico y Pacífico, a partir de lo cual ha hecho gigantescos esfuerzos —sin mucho éxito— para construir un bloque de países asiáticos contra China.

Han pasado muy pocos días para intentar hacer un trazado cierto de los escenarios que pudieran sobrevenir en Afganistán en sus futuros inmediato y ulterior. En gran medida, dependerá del comportamiento de la dirigencia talibán en el sentido de dar pruebas o no de un cambio respecto de su actuar cuando fueron gobierno entre 1996 y 2001.  Aunque resulte paradójico, es más viable evaluar el impacto de los hechos ocurridos en una perspectiva regional y global.

En general, el dispositivo militar estadounidense en Asia Central, Asia Occidental y el norte de África ha sufrido un golpe mortal y deberá recomponerse a partir de nuevos criterios, buscando nuevos enemigos y estableciendo alianzas de nuevo tipo, porque el territorio al que arribaron con total impunidad en el año 2001 y su entorno, ahora tienen una configuración política y geoestratégica totalmente distinta.

Esta aseveración viene dada sobre todo por la existencia de una Rusia fuerte y actuante en el escenario regional, muy diferente al país enclenque cuya conducción era recién asumida por Vladimir Putin después de la desastrosa y entreguista gestión de Boris Yeltsin. Así mismo China, la otra gran potencia regional, ya no es aquel país marginal que luchaba por su sobrevivencia económica y por ganarse un puesto real entre los grandes poderes del planeta. Precisamente cuatro meses antes de la invasión estadunidense, en junio de 2001, con visión futurista ambos países (junto a Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán) crearon la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) como instrumento conjunto para garantizar la seguridad regional ante las amenazas de terrorismo, separatismo y extremismo. Con posterioridad se incorporaron a la OCS Uzbekistán, India y Pakistán, como miembros plenos, y el propio Afganistán, Bielorrusia, Irán y Mongolia como observadores, de manera tal que el entorno regional de Afganistán está integrado bajo una lógica de seguridad que apenas daba sus primeros pasos cuando el presidente George W. Bush lanzó la operación «Libertad duradera» el 7 de octubre de 2001.

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