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Geopolítica

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Afganistán

Repercusiones regionales y globales de la derrota de Estados Unidos en Afganistán (II)

por Sergio Rodríguez Gelfenstein    3 de sept. de 2021

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En el ámbito regional los acontecimientos en Afganistán hacen muy difícil suponer que Estados Unidos logre sostener por mucho más tiempo su presencia en Irak y Siria. Así mismo, la guerra que sostiene su aliado Arabia Saudí en contra de Yemen pareciera tener los días contados. Igualmente, al estar Europa vinculada a través de la OTAN a los planes de guerra de Estados Unidos en todo el mundo, se verá obligada a reconfigurar su lógica bélica injerencista en África (en particular en Libia) y Asia Occidental. Por supuesto, las causas palestinas y saharaui en contra de la ocupación israelí y marroquí respectivamente cobrarán nuevos bríos.

En el contexto asiático, donde la integración económica, financiera y comercial se constituye en la más dinámica, efectiva y la que más crece en el planeta, difícilmente tendrá éxito la política estadunidense de aislar a China. Los países del sureste y del centro de Asia no van a arriesgar las trascendentes relaciones que han establecido con la mayor potencia regional, sólo para dar felicidad a los inquilinos de la Casa Blanca. En este sentido, lo más probable es que ahora liberado de la tutela de Estados Unidos que lo impedía, Afganistán se sume a sus vecinos estableciendo vínculos de primer orden con China, Rusia e Irán.

En este sentido —y en lo que pudiera ser una orientación general que podría asumir el nuevo gobierno en materia de política exterior—, cuando ya vislumbraban el fin de las operaciones que los llevaron a la captura del poder, se apresuraron a visitar Rusia el 9 de julio y China el 27. En Moscú, anunciaron que el 85% del territorio del país estaba bajo su control, lo que generó incredulidad entre las autoridades y la opinión pública de Occidente. Ahora, los que quieren buscar explicación acerca de la «acelerada» ofensiva que los llevó a Kabul, podrán darse cuenta que no fue tan acelerada. Nótese, más de un mes antes del desenlace ya tenían ocupado el 85% del país.

Es la razón de que Rusia tampoco esté sorprendida por los hechos recientes. Nadie ha visto diplomáticos rusos rescatados en helicópteros ni colaboradores de la embajada colgados del tren de aterrizaje de los aviones. Dos días antes de la llegada de los talibanes a Moscú, el canciller Serguei Lavrov, de visita en Laos, afirmó que su país estaba «observando de cerca lo que está sucediendo en Afganistán, donde la difícil situación tiende a deteriorarse rápidamente, incluso en el contexto de la salida apresurada de las tropas estadunidenses y de la OTAN». Ojo, dicho, más de un mes antes de la llegada de los talibanes a Kabul. A continuación, Lavrov dio la explicación más certera de la causa de los hechos que habrían de sobrevenir: «no pudieron lograr resultados visibles a la hora de estabilizar la situación durante las décadas que pasaron allí».

En China, dos semanas después, los talibanes se reunieron con el canciller Wang Yi, a quien dieron garantías de que a su llegada al poder deseaban «tener buenas relaciones con China con la expectativa de su participación en el proceso de reconstrucción y desarrollo de Afganistán», asegurando que no permitirían que «ninguna fuerza use el suelo de Afganistán para dañar a China». Vale repetirlo, para los que se sorprenden de la «rápida» ofensiva talibán, deben saber que un mes antes de ocupar el palacio presidencial de Kabul ya estaban haciendo compromisos de Estado con dos de las potencias integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU, casualmente las dos que tienen presencia regional directa en el área.

Es verdad que ahora China podría tener preocupaciones porque una situación de inestabilidad en Afganistán pueda extenderse a Xinjiang y generar dificultades en las inversiones relacionadas con la Ruta de la Seda, pero en las condiciones actuales lo cierto es que la única fuente de inversión y comercio que pueda tener el gobierno talibán para el desarrollo de su país está vinculada a su incorporación plena a dicho magno proyecto.

En el debate sobre los escenarios probables. no se puede obviar que la huida estadunidense de Afganistán pudiera dar paso a un mayor protagonismo de sus agencias de inteligencia a fin de estimular a fuerzas terroristas que aún subsisten en el país, con el objetivo de que operen contra Irán, China y Rusia. Pero, vale reiterarlo, los talibanes necesitan reconstruir el país y el apoyo económico de China es invaluable, sobre todo ahora que —como ya es tradicional— Estados Unidos anunció la apropiación de las reservas de oro de Afganistán que están bajo su control. Habría que agregar que Occidente y las instituciones financieras bajo su control ya informaron de la cancelación de todo tipo de ayuda para el país centroasiático.

En el contexto, el vocero de la cancillería china Hua Chunying afirmó el lunes 16 que su país «respeta los deseos y decisiones del pueblo afgano» y que esperaba que tal como lo han dicho los talibanes, hagan una transición bajo un «gobierno islámico abierto e inclusivo». El funcionario chino agregó que sería deseable que el nuevo gobierno tome «medidas enérgicas contra todo tipo de actividades terroristas y criminales y permita que el pueblo afgano se mantenga alejado de la guerra y reconstruya su hermosa patria». Para los que no sepan cómo se maneja una diplomacia con seriedad, Hua hizo saber que «China mantuvo contacto y comunicación con los talibanes respetando la soberanía del país…»

Una situación muy distinta es la que muestra Europa. Su decisión de actuar como «furgón de cola» de la política guerrerista de Estados Unidos en el mundo los ha llevado a la vergüenza y al ridículo. Podría ser este hecho el detonante de una crisis de identidad en torno a la necesidad de tener política propia en materia internacional y de seguridad.

Nadie lo ha dicho más claro y contundente que las autoridades alemanas. Sin paliativos, la canciller federal Ángela Merkel reconoció su propio fracaso, al mismo tiempo que sin sufrir bochorno alguno dio cuenta de la subordinación de Alemania y Europa a Estados Unidos al afirmar que: «siempre dijimos que nos quedaríamos si los estadunidenses se quedaban», y puntualizó que la decisión de abandonar Afganistán fue «esencialmente tomada por Estados Unidos», considerando que se debió a «razones de política interna». Muy tarde descubrió Merkel que «las fuerzas armadas afganas no estaban atadas al pueblo [y que] no funcionó como pensábamos». Sabiendo que abandona el cargo y se retira de la política no tuvo contratiempos para afirmar que la intervención internacional, más allá de las operaciones antiterroristas, ha sido «un esfuerzo sin éxito».

Su ministro de relaciones exteriores, Heiko Mass, fue incluso más preciso al asegurar que «el gobierno federal, los servicios de inteligencia y la comunidad internacional habíamos juzgado mal la situación en Afganistán». Por supuesto, cuando habla de comunidad internacional se refiere a la OTAN y sus aliados. Sin mucho sentido del momento, afirmó con amargura que «sin las fuerzas estadunidenses y sin un compromiso más amplio de la OTAN, el despliegue del ejército alemán no tenía mucho sentido».

Mucho más vergonzoso es el papel jugado por los que sólo acuden al llamado para ganar indulgencias del hegemón. En este sentido, el caso de España es patético. En una editorial del diario El País de Madrid del pasado lunes 17 de agosto se expone una queja al referir que los hechos no habían ocurrido como se habían previsto y que le corresponde a Estados Unidos «explicar qué y por qué», para terminar gimoteando sin sonrojo porque el desastre que ha sobrevenido en Kabul no sólo ha puesto en peligro a los soldados estadunidenses: «España tiene que improvisar en horas una repatriación de medio millar de personas». Es decir, ni siquiera les avisaron que se iban y los dejaron a su libre albedrío después de ser usados como carne de cañón durante 20 años. Así tratan los amos a los esclavos complacientes.

En el plano interno de Estados Unidos, la popularidad de Biden ha llegado al punto más bajo desde el inicio de su mandato, cayendo a menos del 50%. Aunque debe decirse que se vio obligado a hacer lo que sus antecesores no tuvieron el valor político de asumir, es claro que su política está ausente de visión estratégica, lo cual augura un avance más rápido de la decadencia imperial. Su economía no mejora y esta decisión —encaminada a eliminar un gasto innecesario en su presupuesto— es sólo un paño tibio para tratar de curar la gangrena política, económica, militar y moral que aqueja al imperio.

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