Venezuela hoy: crisis, pobreza y proyecto bolivariano

Crisis

Foto-reportaje

Venezuela

por Amanda Yukency    Octubre 20 de 2021

Hoy en Venezuela vivimos una crisis inédita, sin comparación alguna en los anales de nuestra historia reciente. Se trata de una situación que golpea fuerte y claro a la población más vulnerable, como casi toda crisis económica. Nuestra realidad se ha reconfigurado de manera caleidoscópica: reconversión monetaria, introducción ilegal del dólar en la economía cotidiana, un desabastecimiento que no cesa y hasta incorporación de nuevas formas de subsistencia que, surgidas de las entrañas de un pueblo en búsqueda de alternativas, se manifiestan lo mismo en la producción de alimentos como en el surgimiento de monedas paralelas a la del Estado. Desde los confines de eso que llamamos «desde abajo», la gente ha venido adaptándose con fuerza, rabia y hasta ternura a una situación de crisis sin precedentes, provocada en parte por la dependencia a la renta petrolera, el paternalismo importador y la falta de voluntad existente en los rincones más oxidados de la burocracia y la corrupción, todo lo cual nos ha sometido a una especie de invierno en medio de dunas, tierras fértiles, disposición productiva y recursos. Son éstas las causas de la parálisis actual de las fuerzas productivas, todo lo cual resulta aún más grave en virtud del bloqueo internacional realmente padecido, pues no hay que olvidar que el barril más caro de petróleo (que es nuestro principal recurso) lo compran precisamente los promotores de esa embestida económica: los Estados Unidos.

El venezolano es hoy un Estado amnésico, que transita entre los callejones de una crisis que, por si fuera poco, ha producido una inmensa ola migratoria que es también un hecho histórico en lo que a diásporas latinoamericanas se refiere. En las calles venezolanas, la gente que con múltiples esfuerzos conquista el pan de cada día, se sienta con la mirada perdida en el horizonte, con la dignidad de quien se abandona fatalmente a una situación de pobreza que parece ser su destino inexorable. Es por ellos que resulta necesario hacer un recuento histórico, para contextualizar al lector sobre lo ocurrido.

La revolución bolivariana, desde comienzos del presente siglo hasta más o menos el año 2015, se mantuvo como una importante alternativa de re-identificación o reivindicación identitaria, interesada principalmente en impulsar proyectos comunitarios, culturales, educativos y artísticos. Se trataba de la construcción de una especie de utopía colectiva acompañada por la figura de Hugo Chávez, quien —para decirlo claro— más que dirigente se constituyó realmente en una especie de gran padre proveedor que en lugar de dar espacio y valor a la materialización de este sueño colectivo, se perfiló en los hechos como una súper figura política que al salir de la escena (tras su muerte en 2013) dejó literalmente acéfalo al país y a nuestro proceso político. Es a partir de la desaparición física de Chávez, que nos hemos sumergido en una desolación que ha significado, entre otras cosas, el desplome de varias conquistas del pueblo en revolución, efecto necesario de nuestra propia incapacidad de abandonar la economía de importación derivada del rentismo petrolero, incluso a pesar de varias iniciativas productivas y populares que, pese a todo, continúan actualmente resistiendo. Pero la inercia de la costumbre nos embarcó en un viaje sin horizonte, rebasado ahora por una realidad que se nos desborda, que no tiene contención y que nos coloca a merced de una burocracia enquistada, corrompida en el poder, sostenida sólo por discursos que no paran de nombrar a los grandes referentes de la izquierda nacional e internacional, pero que en realidad no significan más que un comercio pueril de máscaras anunciadas a través de una vistosa pero engañosa vitrina. Y mientras tanto el pueblo parece estar diciendo: no hay forma de mostrar la potencialidad de lo que somos, si sólo nos tratan como reflejos sin carne, sin hueso, sin memoria.

Las comunidades al interior del país dan hoy la sensación de desolación en medio de una diáspora que es cada vez más evidente en las calles vacías, en las que reina una especie de despecho colectivo. Se nos cansa la mirada y dejamos de mirarnos. Y vamos a otros países persiguiendo una prosperidad que no tiene mucha relación con la realidad, sobre todo si consideramos que las configuraciones del capital no ofrecen horizontes en ninguna parte del tercer mundo; mucho menos para migrantes que provienen de un país que carga a cuestas el lastre absurdo de mitos y desinformaciones, construidas todas desde la consciencia mezquina de quien no nos perdona la herejía de habernos rebelado contra las fuerzas del poder global: no existe tregua para un pueblo que decidió vivir esa aventura. Sólo nos queda la lástima. Desde ahí hemos ido creando el perfil de un migrante obligado a renegar, para sobrevivir, de sus aventuras revolucionarias, de sus rebeldías prominentes, de sus hazañas, de su rabia y de su ternura.

En la Venezuela de hoy se buscan alternativas a la crisis que vivimos, la mayoría de las cuales surgen del mismo pueblo pobre, con hambre, flaco, llevado hasta ese punto por la languidez histórica y el abandono burocrático. Es difícil salir, despertar de la impresión que causan los efectos y manifestaciones de la crisis, de modo que este foto-reportaje es un intento de acercar al lector a esa realidad que vivimos y padecemos.

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