¿Becas universales o meritocracia aspiracionista?

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por Diego Ilinich Matus Ortega    Enero 11 de 2022

Sra. Sheinbaum: atrás merecen quedar los flojos,

perezosos y todos los que viven plácidamente

del empeño puesto por otros. Es perverso aniquilar

los incentivos al esfuerzo en aras de la igualdad.

Su visión genera pobreza. Ni todos somos iguales,

ni todos se esmeran por igual.

@SOYCarlosMota.


La discusión que está teniendo lugar a nivel nacional acerca de la pertinencia de las becas escolares que otorgan los gobiernos de la Cuarta Transformación a estudiantes de distintos niveles educativos, muestra perspectivas ideológicas encontradas. Por un lado, hay quienes consideran que las becas deben ser un «premio» al desempeño, un privilegio del cual puedan disfrutar los más inteligentes; por el otro, estamos quienes consideramos que las becas no son un premio sino un derecho social cuyo objetivo es reducir las brechas de desigualdad, pues como menciona Aguilar-Nery, investigador especializado en temas de desigualdad educativa, la instrumentalización de becas bajo principios de desempeño escolar suelen promover incentivos individuales y competitivos anclados en la idea del mérito personal, lo que implica que «prevalece una visión liberal y no una de derechos, pues en este último caso la asignación se entiende como restitución de un derecho vulnerado ante la falta de condiciones sociales para acceder a la educación, que no implica acreditar ningún mérito» (2019, p. 63).

En este tema, al igual que con los apoyos sociales, los conservadores consideran que las becas premian la mediocridad y la falta de esfuerzo, lo que no es más que una traducción de la idea ya conocida que afirma que en este país «es pobre quien quiere» y que la sociedad mal hace al estar facilitando apoyos a personas «flojas». Pero este pensamiento no es exclusivo de los sectores más reaccionarios u opositores a un gobierno de izquierda, sino que también se encuentra presente en distintos grupos sociales. Ésto es aún más preocupante, pues cuando en una comunidad se debilitan los lazos sociales de solidaridad, la desigualdad se profundiza.

La perspectiva meritocrática, individualista, descontextualizada y neoliberal pasa por alto distintas condiciones que cancelan su propia premisa. El ideal meritocrático no reconoce que vivimos en una sociedad donde el «punto de partida» no es el mismo para todos; de modo que no reconoce que existen personas que por la clase social, el color de piel o la localidad en la cual nacieron, ven coartadas de tajo sus oportunidades. Así, como se asume ingenuamente —por decir lo menos— que todas y todos contamos con las mismas oportunidades de salir adelante, se considera que los apoyos sociales no tienen razón de ser.

Dubet, en su texto ¿Por qué preferimos la desigualdad?, menciona que «solo merecemos de verdad nuestro mérito si somos absolutamente libres y responsables de lo que nos pasa; de lo contrario, aquel no haría sino reflejar las circunstancias del azar» (2015, p. 36). Esto es evidente en el debate actual, ya que si vemos a detalle los críticos de las becas están puntualmente en contra de que éstas sean entregadas de manera «universal», de modo que proponen mecanismos para asignar dichos apoyos a partir de la idea de excelencia y mérito, criterios obviamente reconocidos en el promedio escolar. Para tales posiciones, de poco sirve que la investigación educativa muestre las limitaciones de estos mecanismos meritocráticos, y sus posiciones se hallan respaldadas por una parte de la sociedad que, tal vez no mayoritaria, considera que los apoyos sociales no deben ser para todos; y por un sector político que capitaliza este sentir y lo convierte en críticas al gobierno.

El mérito juega un papel en nuestra sociedad, pero no es ni de cerca el principio con el cual opera por regla nuestra organización social. Al respecto hay mucha literatura y experiencia popular acumulada que muestra cómo quienes cuentan con mejores condiciones sociales y familiares suelen tener un punto de partida privilegiado. Para no ir más lejos, el texto escrito por Ricardo Raphael hace unos años, titulado Mirreynato. La otra desigualdad, muestra que en México quienes son hijos de grandes empresarios, políticos o líderes sociales suelen organizarse y reproducir relaciones de poder que los premian simplemente por el círculo social al que pertenecen. Por ejemplo, en escuelas exclusivas donde más que el reconocimiento a saberes y habilidades prima la posibilidad de hacer relaciones, donde los altos cargos de las empresas están reservados para las y los hijos y amigos, y en donde incluso los cargos públicos de primer nivel son entregados a quienes ostentan el mérito de ser de su mismo grupo social.

Entre más se considere como real la ilusión de que el mérito efectivamente es recompensado en nuestra sociedad, más cerca estamos de aceptar las desigualdades existentes, ya que con esta orientación se responsabiliza a las personas vulnerables de su condición económica, social y educativa. En este sentido, el sector aspiracionista de la sociedad es quien parece mostrar menos capacidad de entender este hecho, pues a la clase popular le queda más o menos claro que existe una desigualdad social muy marcada, la cual les plantea dificultades que difícilmente pueden superar sólo con esfuerzo y, de superarse, aún así los deja en una situación de desventaja clara. Es una suerte de clase media la que vive descontextualizada, quizá por buscar una estabilidad psicológica que les permita seguir soñando ser algún día de la clase alta; es así que se empeñan en considerar que en nuestra sociedad existen las mismas oportunidades para todos y que efectivamente se recompensa el mérito.

Pero se trata de cancelar el esfuerzo individual o no reconocer la posibilidad de salir adelante y superar las condiciones sociales de vida que tenemos. El problema es cuando como sociedad consideramos que este esfuerzo es el mismo para todas y todos, asumiendo que las oportunidades y las condiciones de partida son generalizables. Es cuando esto ocurre que encontramos manifestaciones de rechazo a apoyos sociales dirigidos a las personas vulnerables.

Finalmente, otro de los riesgos que plantean estos debates es que nos distraen de las cuestiones principales, como los límites de alcance que tienen las becas. En primer lugar, el apoyo económico que éstas otorgan, si bien representa una cantidad importante para millones de estudiantes, se encuentra en la mayoría de los casos lejos de poder ser un apoyo que permita superar las condiciones de desigualdad que existen. Es por ello que en lo sucesivo es necesario desarrollar mecanismos institucionales que permitan detectar las necesidades que tienen las y los estudiantes que viven diversos tipos de vulnerabilidad, con el fin de  retenerlos en los planteles escolares y promover su desempeño escolar. Por otro lado, se puede reconocer que las desigualdades sociales en materia educativa requieren efectivamente de apoyos en la dimensión económica, pero ésta no es la única dimensión que debe ser abordada. Por el contrario, es necesario reconfigurar nuestras instituciones educativas para que en lo académico se encuentren a la altura de las múltiples necesidades y exigencias de los estudiantes. Además, y a la luz de la reciente experiencia de la pandemia, resulta necesario promover un acompañamiento psicosocial de las y los alumnos que facilite poder tener un camino escolar integral.

Las becas universales por sí solas no solucionan el problema de la desigualdad educativa, también es necesario resolver problemáticas en otros niveles. Pero son hoy un elemento importante y necesario para garantizar en México el derecho a la educación.

 

@diego_ilinich


Aguilar-Nery, Jesús (2019). «Política de becas en el nivel medio superior mexicano: crítica a sus principios distributivos». En Revista Iberoamericana de Educación Superior, núm. 29, vol. X. pp. 42-66.

 

Dubet, François (2015), ¿Por qué preferimos la desigualdad?. Argentina, Siglo XXI.

 

Raphael, R. (2014). Mirreynato: La otra desigualdad. Grupo Planeta, España.

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