Rusia y Ucrania: la guerra

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por José Valenzuela Feijóo    Marzo 4 de 2022

1. Históricamente, las relaciones entre Ucrania y Rusia han sido muy estrechas. Hay muchos rusos que vivieron en Ucrania y viceversa. El idioma es muy similar. Muchos jagoles y jajluchkas han vivido, estudiado y trabajado en Rusia, y viceversa. En verdad, han sido como provincias de un mismo país, como en México se conectan neoleoneses con oaxaqueños o jaliscienses. O en Brasil entre nordestinos y paulistas. Así sucedía en los tiempos del feudalismo (zarismo) más antiguo y también en la era de la Unión Soviética. Luego, cuando ésta se desintegró, Ucrania se transformó en una república (Estado) independiente. Como sea, el conflicto actual asemeja a una lucha entre parientes. Entre primos, a veces lejanos, pero que ahora se odian.

2. En el capitalismo occidental (EEUU y compañía) opera una especie de reflejo inconsciente: creer que la actual Rusia (la de Putin) es una potencia «comunista». ¿Por qué? Simplemente porque se opone a la hegemonía de EEUU, porque no se agacha (como buena parte de Europa) a las órdenes de la superpotencia. También, porque suponen (de nuevo el inconsciente) que en ese país siguen dominando los «comunistas». Por lo mismo, todo lo que hoy huele a Rusia y Putin se vuelve a considerar (como en los viejos tiempos) una manifestación de lo siniestro. Podemos traducir: los políticos que dirigen el bloque EEUU-Europa que choca con el ruso y también con China, podrán saber que la Rusia de hoy no tiene ningunos afanes comunistas, pero utilizan el prejuicio para ganar apoyos en su lucha contra otros bloques capitalistas.

3. Putin ha dicho que la Ucrania de hoy está dirigida por un «grupo de neonazis y drogadictos». El juicio es certero. Así son las cosas. Pero ¿cómo es posible llegar a esto en un país que hace no tanto tiempo era un país «comunista»? ¿En verdad lo era? Pongamos el ejemplo de la URSS. Con Stalin suponemos que existía un real deseo de avanzar al comunismo, pero por razones que aquí no podemos examinar, el método usado para ello fue muy semejante al «despotismo ilustrado»: al pueblo se le imponía su felicidad, pero con esto se castraba toda su eventual capacidad o potencial político para dirigir el nuevo orden. Con Stalin el método pudo ser erróneo, pero subjetivamente genuino. Luego, desde Krushev, Breshnev y demás, se transformó en pura hipocresía, en pretexto para robar y vivir a expensas del trabajo ajeno. Fue el mundo de los apparatchik, de la burguesía burocrática de Estado, ya incapaz de atraer al pueblo trabajador. Luego, cuando este segmento se derrumbó (Gorbachov, y el borracho y crápula de Yeltsin), la descomposición alcanzó niveles que impresionan: los exdirigentes se apropiaron de bancos y de grandes corporaciones estatales (creando así una burguesía rapaz, inmoral y con nula capacidad industrial), surgieron segmentos medios obnubilados por el consumismo made in usa, y se observó una clase trabajadora perpleja, ideológicamente desarmada y que empezaba a sufrir un desempleo y alta tasa de explotación que no conocía. En corto: no se avanzó a un socialismo auténtico ni a un capitalismo industrial y dinámico. Digamos también: en el último tiempo, Putin trató de reorganizar al país, de recuperar la fuerza y la dignidad perdida. En breve, la Rusia de Putin «no se deja», no se agacha frente a los Estados Unidos.

4. En Ucrania, ahora transformada en república independiente (una de las tantas obras de Gorbachov), el proceso fue más o menos semejante. Bastante más débil que Rusia, trató de compensar esta situación buscando mayores nexos con occidente. Se sucedieron gobiernos que prometieron prosperidad, avanzar al american way of life, pero sólo entregaron corrupción e incapacidades mayores. Por ejemplo (usando datos de Naciones Unidas a precios constantes), si hacemos 1990 igual 100, el índice del PIB total (a precios constantes del 2015) llegó a 74 en el 2008 y a 61 en el 2018. Un descenso brutal de casi un 40%. El decisivo PIB manufacturero pasó de un índice de 100 en 1990 a 63 en 2008, para bajar a 42 en 2018. Una caída impresionante de 58%. Por último, tenemos que el PIB por habitante, manejado como índice, evolucionó desde 100 en el año de 1990 a 71 en el 2008 (cayendo 29%), para volver a descender a un nivel de 47 en el 2018 (un descenso de 34% respecto a 2008). Para todo el período de 28 años que cubre de 1990-2018, el PIB por habitante cayó nada menos que un 53%, o sea, a menos de la mitad. En suma, un fracaso absoluto, muy difícil de igualar.

5. En un contexto como el de la Ucrania «libre» y pro-americana, lleno de promesas y fracasos muy grandes, si no hay una izquierda fuerte puede darse un desplazamiento político en favor de un régimen fascista. Fue así que subieron al gobierno el actual presidente (Volodímir Zelenski) y su pandilla de nazis hitlerianos confesos. Pero su popularidad (en votos), muy alta hace tres años, incluso antes de la guerra actual ya se había derrumbado por completo: corrupción, nepotismo y represión son el cuadro. Para salvar el pellejo ha buscado entrar a la OTAN, lo que también implica un ataque frontal a Rusia. Así que la reacción de EEUU ha sido solícita. Un miope Biden ha pensado en un super negocio político: sin comprometerse en términos militares (algo muy peligroso por la superioridad rusa en el plano nuclear de punta), vio la posibilidad de cercar a Rusia y debilitarla (algo que hace muy poco intentó en Kazajistán), como parte de su estrategia de cercar en todos los planos a su gran enemigo estratégico, la China Popular. Por aquí yace el problema básico de fondo: Estados Unidos ya no puede funcionar como la gran potencia unipolar que fue luego de la desintegración de la esfera «socialista», de la Unión Soviética en especial; pero al rechazar reconocer lo obvio, con terquedad suicida insiste en preservar su papel de «Yo, el supremo». Vale también subrayar: Estados Unidos ha usado y abusado de Ucrania, la envalentona primero y la abandona después. Igualmente, con la Europa de Alemania, Francia y otros, las arriesga a una guerra que sería de terror en territorio europeo mientas él se lava las manos (idea, por lo demás, bastante idiota: los misiles de largo alcance que hoy maneja Rusia pueden penetrar sin contrapeso al territorio yanqui). En el plano militar de vanguardia, la Rusia de hoy ocupa el lugar número 1, por encima de los estadunidenses, quienes gastan mucho más, pero no logran superar la sofisticación rusa en armas de ataque y defensa. La debilidad rusa, en todo caso, está en su industria civil que ha estado muy descuidada, lo que se refleja en el alto contenido primario de las exportaciones rusas. Pareciera que Putin ha intentado alguna «sustitución de importaciones» en los últimos años, pero el empresariado ruso de hoy es bastante parásito y también sinvergüenza: ganan más por su «expertise» en trampas y robos, que por su capacidad industrial. Algo que en América Latina conocemos muy bien.

6. El desnivel militar entre Rusia y Ucrania es inmenso. Y si Ucrania ha provocado a Rusia es por el apoyo que le ofreció Estados Unidos. Pero cuando el conflicto se desata, los estadunidenses se retractan y el actual gobierno de Ucrania reclama. Por otro lado, Rusia viene procediendo con cautela extrema en sus ataques, por eso busca reducir al máximo los daños a la población civil. Pero si no operara esta restricción, Rusia habría controlado Ucrania en tres días. Con ella, podría demorarse dos semanas. Entretanto, la propaganda occidental es inmensa y hasta asume tonos de telenovela mexicana, del tipo Televisa. Pero ojo, ahora Occidente descubre que le conviene alargar el conflicto y le envía ayuda militar al gobierno de Ucrania. El costo de prolongar lo inevitable irá creciendo, pero para Estados Unidos vale la pena: total, los muertos son ucranianos y los «buenos» son los «buenos muchachos de siempre». Como suele suceder, las guerras ponen al desnudo las miserias de sus instigadores, y valga recordar que ya hace muchos años la URSS instaló ojivas nucleares en Cuba, provocando la reacción de los Estados Unidos y su amenaza de dar a Cuba una respuesta nuclear. La URSS retiró sus misiles y ellos a cambio retiraron los suyos en Italia, los que apuntaban a Moscú. No invadieron a Cuba. Para Estados Unidos eso fue lo justo. Pero ahora, cuando Rusia reacciona frente a la misma provocación, desconoce la «jurisprudencia» que él mismo ha sentado.

Si se habla de poder mediático valga una mínima alusión. La «información» que en México se da por radios y TV no sólo es de ultraderecha (algo esperable), lo peor es su nivel impresionante de ignorancia, mendacidad y estupidez. En esto es muy difícil superarlos. Pero genera un problema que no es menor: idiotiza aún más a una derecha que ya de por sí perdió a todas sus neuronas, y de paso también contagia al mismo pueblo.

En el intento de prorrogar la guerra, Estados Unidos ha logrado embarcar a una Europa bastante sumisa. Tanto que parece no contabilizar el costo nada menor que va a empezar a pagar: desabasto de gas, trigo y otros bienes que resultan claves para la operación económica de Europa. Lo que cabe esperar son presiones inflacionarias nada bajas que se adicionarán a una tasa de inflación que ya era (antes de la guerra) muy elevada. Entretanto, se expande el imperio de la dictadura mediática. Finalmente, los estadunidenses le piden a los ucranianos que sigan luchando (i.e., que se sigan sacrificando y muriendo por la patria yanqui), mientras los medios montan telenovelas repugnantes.

7. En el conflicto, como está en proceso y puede variar, es difícil y prematuro intentar balances sólidos. Pero algunos mínimos comentarios o apreciaciones muy generales se pueden ensayar. Uno: llama la atención la impresionante sumisión de Europa a los dictados de Estados Unidos. La Unión Europea se asemeja hoy a la OEA del títere Almagro, y se embarca en políticas que objetivamente la perjudican. ¿Qué diría un De Gaulle de esta actitud servil? Dos: el conflicto ha evidenciado, una vez más, la existencia de una brutal dictadura mediática. Hablar de democracia en este marco es una farsa total y pone en evidencia la hipocresía de los autodenominados «demócratas» en el mundo actual. Tres: nos señala que Estados Unidos, en su desesperada lucha por preservar su condición de superpotencia unipolar (batalla que a priori tiene perdida), no solamente dirige sus cañones de largo alcance contra China, también se embarca contra Rusia. En vez de aplicar el «divide y vencerás», empuja el acercamiento entre estas potencias. Es como ponerse la soga al cuello antes de ser colgado. Mientras tanto, subyuga a su periferia y a los mismos europeos, para no hablar del uso inmundo que hace del pueblo ucraniano. Cuarto: no se puede olvidar que en Estados Unidos hay elecciones hacia fines de año y el pronóstico (pre-guerra) es la de una fuerte derrota de Biden. Y existe una terca costumbre en los gobiernos estadunidenses: si estoy perdiendo votos dentro, armo una guerra fuera para levantar el ardor patriótico y recuperarme en el plano electoral interno. Quinto: en todo este panorama emerge un vacío que es trágico: la ausencia de una izquierda real y sólida. O sea, una fuerza política que apunte los cañones contra el capitalismo a secas, el cual, por una u otra ruta, suele desembocar (y hoy quizás con fuerza mayor) en procesos que atentan contra la vida misma del pueblo trabajador. Peor aún: a final de cuentas, contra la misma humanidad.

8. Nadie puede aplaudir una guerra. Pero pensar que son un simple problema moral es torpe. No deberíamos olvidar que son «la continuación de la política por otros medios» y que hay guerras «justas» y otras «injustas». Por lo mismo, si no entendemos sus raíces objetivas y los intereses que se defienden, no iremos más allá de los mensajes papales (al estilo de Pío XI): «haced el bien, queridos hermanos; no apliquéis la guillotina a los nobles terratenientes que tanto os protegen».

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