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¿Es la revocación de mandato un ejercicio inútil?

por Axel Ancira    Marzo 22 de 2022

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No puede dejar de reconocerse que la revocación de mandato de 2022 es un ejercicio sui géneris, peculiar, incluso excéntrico. Basta con contarle a alguna amistad de otro país que México tendrá un proceso revocatorio para que levanten una ceja y se asusten por el hecho.  Esta persona, si es que está enterada de las cosas que suceden en México, probablemente sepa del destacado papel que tuvo México en la denuncia a la distribución inequitativa de las vacunas, que se ha avanzado como nunca en el aumento de los salarios mínimos, que el país ha retomado su liderazgo en América Latina como no se veía desde los tiempos del general Cárdenas (aunque los agoreros de la gimno-magnesia siempre mencionan a Luis Echeverría, para confundir), que México pagó de contado por las vacunas que recibió, que no tenemos una deuda impagable con el FMI, etc.  Sobre todo, ese virtual amigo o amiga sabría que México tiene uno de los presidentes más queridos de América Latina y el mundo, eso sin contar que venimos de una telepresidencia que para estas alturas de su sexenio ya estaba en caída libre, hasta llegar al más de 80 por ciento de desaprobación.

Durante sexenios los mexicanos tuvimos presidentes que han podido gobernar de espaldas al pueblo, pues desde hace décadas la sensibilidad neoliberal instauró el discurso de que la ciudadanía era incompetente para entender los asuntos de gobierno, cuestión que hoy en día se ha revertido y se advierte en una sociedad cada vez más involucrada en todos los temas de la vida pública. Así, debemos analizar cuidadosamente los índices de popularidad de los presidentes de los últimos sexenios, pues no es lo mismo que Zedillo tuviera altos niveles de popularidad (siempre según las mediciones de encuestadoras afines al antiguo régimen), a que AMLO, en el mismo periodo de gobierno, tenga niveles similares de aprobación (según estas mismas encuestadoras) e incluso superiores, cercano al 75%, según otras mediciones.  Además, sin considerar que a diferencia del pasado los medios de comunicación, salvo contadísimas excepciones, juegan en contra en este sexenio.

Vuelve entonces a rondar la pregunta, ¿por qué si ahora sí tenemos un presidente con respaldo popular hay un revocatorio? ¿Es que AMLO, sólo por vanidad, quiere verse en el espejo de Narciso? Parece una contradicción que el propio presidente haya pedido un proceso revocatorio que en principio podría serle perjudicial.  De perder la consulta debería renunciar y sin duda el proceso de la Cuarta Transformación se vería cuando menos mermado. ¿Es un balazo al pie? Es necesario tener claridad respecto a estas cuestiones para poder explicar la importancia de este proceso en el contexto mexicano.

  1. En la actualidad hay un desequilibrio brutal en la representación mediática entre los opositores y los simpatizantes o militantes de la Cuarta Transformación. Esto permite que se genere una narrativa de un país fracasado, sin rumbo, en donde las y los mexicanos están arrepentidos de su voto y de la insubordinación a los partidos del viejo régimen. Pero la revocación pondría a cada uno de los actores sociales en su propia dimensión y permitiría conocer que aún hay respaldo popular al presidente, incluso mayor al existente en el momento de la elección de 2018. Con este ejercicio los medios tradicionales se verían como lo que son: divulgadores de calumnias, con análisis sesgados en defensas de intereses de sus patrocinadores, en particular, y de una clase social, la burguesía, en general, particularmente la dependiente de las canonjías del viejo régimen.
  2. La oposición en la democracia es necesaria para que la sociedad pueda tener distintas visiones de mundo y considere la multiplicidad de voces que reflejan la pluralidad. No obstante, la oposición en México actúa principalmente en los márgenes de los canales institucionales —es curioso que hayan sido precisamente ellos los que hayan mandado al diablo a las instituciones y no el presidente, a quien le achacaban aquel exabrupto omitiendo que AMLO dijo «sus» instituciones—. Ejemplos de este accionar en los márgenes es la intensa campaña sucia que manipula la realidad, distorsiona datos y cifras, y pretende utilizar cualquier pequeña frase dicha por el presidente para construir argumentaciones falaces. Hay abundantes ejemplos, como cuando Andrés Manuel dijo que «no podía más», aludiendo a la posibilidad de seguir liderando la política nacional tras 2024, y que fue interpretado a modo por periodistas y comunicadores como una declaración de cansancio y hartazgo ante este momento de su sexenio. Como éste, hay innumerables ejemplos de política-ficción en un país cuya libertad de expresión es tan amplia que periodistas como Salvador García Soto, Raymundo Riva Palacio y el montajista profesional Loret de Mola, publican como verdades ensayos literarios basados en supuestas filtraciones que semana tras semana se descubren como exageradas, verdades a medias o abiertas mentiras. Considerando lo anterior, la revocación de mandato es el equivalente a enfrentar dos posturas antagónicas trazando reglas éticas de la confrontación. Pone a la oposición frente a una herramienta de poder que les permitiría eliminar de la arena política al principal ejecutor de las políticas que todos los días rechazan y que no dudan en calificar peyorativamente como populistas. El rechazo de la oposición en participar en la revocación de mandato es que, en términos futboleros, saben que tienen más poder como barras bravas al margen de la legalidad, que proponiendo jugadores para entrar al terreno de juego (político) y ser capaces de convencer y vencer.
  3. Hay un tercer aspecto, quizá el más importante, aunque al mismo tiempo el más subjetivo. La transformación en materia energética que tiene como objetivo la recuperación de soberanía (lo que implica garantizar que sea el Estado quien asegure que la energía eléctrica sea un factor de desarrollo antes que un negocio en manos de compañías extranjeras) y la necesaria nacionalización del litio son luchas que requieren de un grado de legitimidad y fuerza popular que necesitan no sólo los votos que ya tiene Morena y sus aliados en la Cámara, sino que la oposición sienta la presión de ser condenada por la población como traidora a la patria y servil a los intereses neocoloniales de la industria eléctrica en caso de entorpecer esta reforma. Tras dos años de pandemia (que al momento de escribir este artículo parece finalmente haberse diluido), el llamado a las urnas para votar por la continuidad del presidente también es el punto de arranque de algo que todo movimiento de masas necesita, que es la movilización permanente de la ciudadanía, la mística colectiva que da sentido, pertenencia y confianza en el poder de la sociedad para transformar pacífica y radicalmente el país en defensa de principios irrenunciables, como la justicia, dignidad humana, salud, educación, humanismo y bienestar para las mayorías.

Es verdad que la consulta, en este país a veces surreal fue promovida por el propio presidente y sus simpatizantes políticos, y que en esta ocasión el resultado podría resultar tan previsible que ante algunos ojos pudiera parecer sugerente ahorrar ese dinero e invertirlo en otras causas. Pero esto es similar a comprar un seguro para el auto cuando no tenemos intenciones de chocar ni creemos probable que nos lo roben. Lo hacemos por responsabilidad y previsión, no porque deseemos que nos pase una desgracia. Esta consulta es un seguro a futuro, pues ningún presidente, sea de Morena, de los partidos del viejo régimen, independiente, ciudadano o de cualquier nomenclatura por aparecer, podrá gobernar de espaldas a los intereses del pueblo. ¿No es éste motivo suficiente para que paguemos esta consulta? ¿No es incluso barata, pensándola como un seguro a futuro ante posibles malos gobernantes? A estas alturas es evidente el boicot de la oposición  y el INE, que se ha erigido como una más de las fuerzas adversarias al gobierno. No basta con decir que la derecha no desea ser exhibida en una derrota de la que les costaría levantarse, porque este argumento resulta falaz. Un resultado adverso, pero que lograra agruparlos y organizarlos, pudiera ser un excelente inicio de campaña para la oposición para 2024, lo cual nos lleva a un asunto de fondo respecto a su oposición a la consulta: el miedo al pueblo. El precedente de una consulta de revocación de mandato les resulta odioso, porque saben que incluso obteniendo la presidencia no recuperarían de todo el poder si, como el último de los presidentes neoliberales, pierden la confianza del pueblo. Éste es el punto más importante, advertir que el mejor garante de una transformación de largo aliento, que logre un nuevo pacto social en el proceso de la relación capital-trabajo, el reconocimiento de derechos para las mujeres (en continuidad de la Ley Ingrid, por ejemplo), el rescate de las juventudes de las manos del crimen organizado (y también de los outsourcing) y el aún anhelado derecho universal a la salud, depende de una transformación de las conciencias, de su educación, de recordarnos que el poder emana del pueblo y que defender la democracia es, según su raíz griega, «poder para el pueblo», y no al faccioso Instituto Nacional Electoral que intentó impedir que se realizara una consulta popular.

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