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¿Hacer que el miedo cambie de bando o dejar de temer? Reflexiones sobre las consignas del 8M

por María Fernanda Minero Saucedo    Abril 4 de 2022

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Pocas cosas son tan acuciantes para las mujeres hoy día como atender la discriminación por motivos de género, reivindicar la libertad y el derecho a decidir a través de la justicia reproductiva, poner fin a las expresiones de violencia (de las más sutiles y normalizadas hasta las más avasalladoras, como el mar de feminicidios que nos abruma a diario) y expandir los horizontes donde crecen nuestras infancias y juventudes. Es preciso decir que esta lucha por la justicia, la dignidad y la vida, la lucha de las mujeres, nos une a todxs sin importar edades, clases sociales y orígenes étnicos. Ahí están todas nuestras voces.

Quienes en años recientes hemos tomado el camino de la lucha feminista, nos hemos enfrentado a una constante autocrítica y a la difícil tarea de desaprender todo aquello que durante años nos parecía tan cotidiano y aceptable, pero que ahora nos sofoca al revelarse su naturaleza patriarcal. Prácticas, formas de hablar, ser, pensar, sentir y relacionarse que nos fueron asignadas sin pensarlo dos veces, y que tras el redescubrimiento desde el feminismo dejaron de ser invisibles y aparecieron como las rejas de una realidad que el capital y el patriarcado formaron a su modo. Entre sus espacios miramos con empatía a las  mujeres que nos rodean, madres, abuelas, hermanas, hijas, amigas y compañeras; así como nos miramos a nosotras mismas de otra manera. Volteamos a nuestro alrededor y al percatarnos de que ninguna de nosotras estaba sola, comenzamos a escuchar a otras compañeras que ya estaban inmersas en prácticas políticas feministas —a veces sin nombrarse como tales—, de autocuidado colectivo, sororidad y tejido de redes comunitarias de mujeres. Además, gracias a ellas conocimos fascinantes lecturas de las autoras más revolucionarias que nos abrazaron en el camino. Nombres como los de Rosa Luxemburgo, Bell Hooks, Silvia Federici y hasta Alexandra Kollontái pasaron de ser desconocidas a ser las referentes de nuestro actuar, y sus palabras y luchas se convirtieron en materia de nuestros sueños. Gracias a todas ellas imaginamos otras realidades que estamos cambiando en colectivo mediante nuestra praxis.

Las palabras «ocho de marzo» retomaron  su sentido histórico sin dejar de ser el referente de nuestra primavera: florecer juntas y tomar las calles para cubrirlas con nuestras consignas, recordar a las que ya no están, porque el patriarcado capitalista nos las ha arrebatado, y gritar que la opresión en todas sus formas es invivible, pero que juntas palpitamos. El ocho de marzo es motivo de lucha, pero también de arte, de hacer comunidad y reconocernos en ella; de mirar a nuestro alrededor y percatarnos de que si bien somos miles las que estamos presentes, es preciso unirnos y sumar a más compañeras cuyas realidades desconocemos, pero que son esas circunstancias las que les impiden formar parte de ese incesante movimiento.

Necesitamos imaginación política para recrear nuestros horizontes de lucha. No es suficiente con que «el miedo cambie de bando», porque eso es lo que ahora vivimos, un miedo desbordante causado por la violencia patriarcal y capitalista, cultivado por cuarenta años de neoliberalismo y por una guerra contra el pueblo. ¿Por qué no arriesgarnos a construir una realidad donde nadie tenga que temer? Marzo nos recuerda esto, que el lila y el verde que recorren América Latina guardan su propia historia e inercia: el deseo compartido de que un día todo el miedo desaparezca.

Si bien toda consigna en torno a la justicia y dignidad de las mujeres merece ser repetida mil veces y en voz alta, es importante detenernos, tomar un respiro y capturar la intención que subyace a cada una de ellas. A simple vista y desde un primer acercamiento, será diferente la sensación que causa un «Somos todas» o «Somos fuego» a «Mataremos de ser necesario» o «Un mundo sin hombres». Estas últimas frases proyectan actitudes punitivas y ensordecedoras para quienes se encuentran con ellas, especialmente para los hombres que reconocen la relevancia de denunciar esta realidad patriarcal capitalista que también les oprime, aunque sea de forma diferenciada. Las lógicas punitivas que fomentan la existencia y uso de prisiones y castigos del Estado y sus fuerzas del orden como las únicas y mejores vías para acceder a la justicia, pueden ser opresivas para los varones marginados y racializados al carecer de una visión interseccional; además de encarnar un ejercicio patriarcal e individual del poder que no se interesa por la restauración del tejido comunitario y la prevención de la violencia.

La lucha de las mujeres como respuesta a la dominación patriarcal-capitalista también ha sido crítica con este tipo de prácticas punitivas, las cuales se volvieron negocio lucrativo bajo el periodo neoliberal con su sistema carcelario masivo y privatizado. Sin  embargo, en estas frases que se han popularizado en las marchas del ocho de marzo encontramos destellos que indican que parte de la  lucha ha abrazado  al punitivismo sin una perspectiva crítica de sus implicaciones. Las prácticas punitivas aisladas y en abstracto se alejan de la justicia restaurativa y, sobre todo, de la promoción de conductas que buscan prevenir la violencia en todas sus formas. Además, alejan la atención del neoliberalismo que ha sido catalizador de muchas violencias, extendiendo las violencias económicas, sociales y patriarcales a toda la población, afectando especialmente a las mujeres e infancias y otros grupos sociales como los pueblos originarios, personas disidentes de género y migrantes. Es problemático intentar poner un alto a las violencias patriarcales desde una raíz del miedo y apelando al castigo ejercido por un Estado cuya estructura sigue siendo patriarcal y en un país donde el acceso a la justicia sólo existe para las élites y para quienes tienen dinero.

El «pelear como niña» comprendido en la consigna del Girl power (poder femenino, por su traducción al español) —que también podemos encontrar en las marchas feministas—, es otra frase cuyo potencial de acción y cambio ha desembocado en la creación de mercancías con una estética particular. A través de una imagen corporal acompañada de productos que se venden con esta retórica, la lógica del girl power despolitiza a las mujeres y alienta a que se vean reflejadas en las imágenes consumibles y no en las prácticas políticas. Este concepto se ha usado como estrategia de marketing en reiteradas ocasiones y por compañías diferentes, desde que fue popularizado en la década de los años noventa a través de los medios de comunicación y ganando hoy nuevos bríos.

La mirada crítica a estas consignas no puede pasar por alto el hecho de que la visibilidad del movimiento ha aumentado y que la lucha de las mujeres ha logrado llegar a espacios cada vez más amplios y de naturaleza distinta, desde los espacios de toma de decisiones y las instituciones educativas en todos sus niveles, hasta las expresiones artísticas y la vida cotidiana. La pluralidad nutre nuestros horizontes de lucha y  no  existe sólo una forma de vivir el feminismo, ya que esto sería ponerle punto final y excluirnos de una larga conversación que recién comienza. Se trata de un movimiento centenario, vivo y creativo, que se reinventa y no se detiene. Que es debate, autocrítica y práctica política.

A este amplio diálogo crítico que caracteriza al feminismo se unen cada vez más mujeres jóvenes, quienes ven en el feminismo un referente relevante en la conformación de su personalidad y su postura ético–política. Su presencia y nuevos imaginarios se complementan con la acción de las feministas con décadas de militancia, poniendo en evidencia la naturaleza intergeneracional de esta revolución en pro de las mujeres y por la reproducción de toda la vida social. En la palabra y el movimiento es donde podemos alcanzar el empoderamiento popular, pero no en el poder del girl power del que se han apropiado las marcas que nos venden feminismo empaquetado para enriquecer a las empresas explotadoras de mujeres, sino el poder de las mujeres organizadas que nos   reconocemos como sujetas  políticas, pero sin desvincularnos de la sociedad y la comunidad a las que pertenecemos. Pensar el empoderamiento como condición individualizante y de acuerdo con los cánones establecidos por la lógica de la competencia capitalista-neoliberal nos enfrenta a peligrosos discursos donde el género se ve ajeno a la raza y la clase, únicamente cubriendo de lila los muros que el capital ha erigido entre todxs.

Marzo nos reitera que somos sujetos de acción política, pero que ésta debe ser emancipadora, crítica  y —sobre todo— colectiva; una revolución donde todxs podamos bailar. Por eso, las mujeres no queremos que el miedo cambie de bando, sino que el miedo desaparezca.

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