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Masculinidad en transformación

por Diego Ilinich Matus Ortega    Julio 5 de 2022

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Vivimos en un modelo social y económico que está marcado por distintos tipos de desigualdades. Con el paso de los años, la izquierda en México ha aprendido a identificar que la desigualdad social no es solamente económica, sino que está compuesta por distintas dimensiones que se articulan entre sí, por ejemplo el racismo, el clasismo, el adultocentrismo o la desigualdad de género.

En el caso de las relaciones de género, las personas nos relacionamos dentro de un marco social que ha asignado roles y capacidades en función del sistema sexo-género, condicionando la manera en que nos vinculamos. Estas relaciones de poder han colocado en la cima de la pirámide a un tipo de masculinidad específica, que se ha denominado como masculinidad hegemónica, la cual en este momento histórico está delineada por la agresividad, competencia, control e hipersexualidad, sometiendo lo femenino, lo no heteronormativo y lo no hegemónico.

 

La definición hegemónica de la virilidad es un hombre en el poder, un hombre con poder, y un hombre de poder. Igualamos la masculinidad con ser fuerte, exitoso, capaz, confiable, y ostentando control (Kimmel, 1997, p. 50).

 

Esta masculinidad responde a las características de un hombre racionalizado blanco, de clase media, exitoso económicamente, joven y heterosexual, a quien por derecho le corresponde la palestra pública, el liderazgo social y político. Esto lo podemos apreciar, por ejemplo, en la participación política. ¿Acaso no son las mujeres quienes más participación tienen en los trabajos territoriales y organizativos de la militancia, pero son hombres quienes dominan las esferas de representación y la toma de decisiones? ¿No son los hombres blancos quienes logran una mayor proyección política de nuestro movimiento en medios de comunicación y redes sociales? ¿No existen prejuicios marcados por parte de la sociedad en favor de aquellos líderes sociales que se presentan como fuertes, autosuficientes, invulnerables y verticales? ¿Por qué hasta hace poco no contábamos con gobernantes de la diversidad?

Aquí debemos ser muy claros. No se trata de que el «hombre» tenga un problema por el sólo hecho de serlo, sino que cuando participa y vive en un mundo dominado por un tipo de identidad masculina como es la machista, acaba por reproducir y ejercer violencias y discriminación principalmente sobre mujeres, personas de la comunidad LGBTTTIQ+, personas con capacidades diferentes e infancias.

Nuestro movimiento debe identificar esta situación para poder corregirla. Como dijo Luce Irigaray, las relaciones de género son una de las principales, sino «la» principal relación social que organiza la vida en nuestras comunidades, ya que desde su conformación en el sistema sexo-género y la división sexual del trabajo se definen los umbrales de posibilidad que nos corresponden desde lo público hasta lo privado. Una muestra de ello es que es perfectamente entendible que las mujeres tengan licencias de maternidad —o que deban de tenerlas—, pero aún se rechace el uso de las licencias de paternidad; o también, que analistas y militantes se pregunten si algunas entidades federativas estarían listas para tener gobernadoras, o si México estaría preparado para tener presidenta.

La masculinidad hegemónica debe ser expuesta y comprendida para poder ser transformada, teniendo en cuenta que hoy en día es más fácil hacer una crítica a la modernidad o al neoliberalismo «que hacer una crítica mordaz y abierta al hombre, a la hombría, a la masculinidad» (Azpiazn, 2017, p. 11), al macho. Lo anterior trae consigo dos consecuencias principales.

La primera de ellas es que al no cuestionar la masculinidad hegemónica, los hombres no se responsabilizan de la violencia que se ejerce por cuestiones de género. Se desplazan los orígenes que explican esta violencia a otras dimensiones como la económica, la psicológica o la moral, ignorando que existen razones estructurales y sistemáticas que la constituyen, como la vinculación estrecha que tiene el machismo con el sistema patriarcal, ya que como señala el feminismo marxista «combatir a ambos de manera articulada» (García, 2021, p. 7) es la ruta por la cual deberíamos transitar igualmente.

 

Mi masculinidad es un nexo, un pegamento que me une al mundo patriarcal, hace que ese mundo sea mío y que sea más o menos cómodo para habitarlo (Kaufman, 2017, pp. 69.)

 

Al no cuestionar los mandatos de la masculinidad en nuestra cotidianidad y en nuestro activismo político, renunciamos a una sensación de «incomodidad» que nos convocaría a responsabilizarnos de esta violencia y transitar hacia relaciones sociales igualitarias, no violentas y conscientes de los mecanismos de discriminación existentes. Los mandatos de la masculinidad perfilan no sólo «el hombre» que nosotros debemos ser, sino también el tipo de personas que deben ser quienes nos rodean, ya que no puede existir lo uno sin lo otro.

Si la masculinidad hegemónica marca que el hombre deber ser «hipersexual», debe existir por contraparte un objeto de deseo estilizado bajo los patrones definidos por esta masculinidad; si la participación reproductiva del hombre se limita al acto sexual y a ser el proveedor, debe haber una persona que esté dispuesta a renunciar a distintos elementos de la vida pública para centrarse en la vida privada y de cuidados; si son los hombres duros, verticales y autosuficientes quienes dominan, deben existir personas dispuestas a ser dominadas y utilizadas.

En segundo lugar, el no cuestionar el modelo de masculinidad afecta también a los mismos hombres, incluso a aquellos que la ejercen. La masculinidad hegemónica, si bien dota de privilegios sociales a los hombres, también les transfiere costos como la desvinculación afectiva de sus emociones y de las personas amadas; la supuesta invulnerabilidad que se transforma en enfermedades y accidentes que pudieron evitarse; la violencia ejercida contra otros por mostrar fortaleza o guardar el «honor», termina reduciendo su calidad y esperanza de vida.

Ojo, no se trata de negar o de matizar la violencia que el patriarcado y la masculinidad hegemónica ejerce sobre las mujeres o las personas de la diversidad, sino de comprender que este tipo de masculinidad ejerce también una violencia sobre nosotros mismos. Cuestionar el machismo tiene también un efecto positivo en nosotros, en nuestro desarrollo personal y humano.

Cuestionar a la masculinidad hegemónica para nosotros como movimiento  de transformación necesariamente debe incluir la crítica al modelo neoliberal y a los distintos mecanismos de opresión que existen dentro de él. El neoliberalismo debe entenderse como un sistema de organización social que impulsa no sólo la desregularización de la economía, sino también el individualismo y la meritocracia, la lógica cultural del consumo, que oculta las desigualdades sociales y no garantiza el ejercicio pleno de los derechos. Incluso el sistema capitalista niega también la existencia y la visibilidad de ámbitos que ha definido como «no económicos», pero de los cuales se beneficia y sin los cuales sería imposible su subsistencia.

 

La economía capitalista mantiene una relación de negación con sus condiciones de fondo. Desprecia su dependencia de ellas tratando a la naturaleza, la reproducción social y el poder público como regalos gratuitos, inagotables que no tienen valor (monetarizado) y pueden ser incautados ad infinitum sin preocuparse por reponerlos (Fraser y Jaeggi, 2019, p. 80).

 

La desigualdad en nuestras sociedades no es un secreto. Distintos informes internacionales, como los de OXFAM, muestran que en los últimos años la riqueza de los 10 hombres más ricos del mundo se ha duplicado, mientras que los ingresos del 99% de la humanidad se deterioraron por la pandemia de la covid-19. Desde 1995 el 1% más rico ha acaparado 20 veces más riqueza que la mitad más pobre de la humanidad.

En un modelo económico marcado por la desigualdad, donde las mujeres son las principales afectadas, es necesario que se constituya un sentido común que lo justifique y lo refuerce de tal manera que las revoluciones sociales no estallen a cada momento. Este sentido común neoliberal que crea consensos explicativos en torno a la desigualdad es el que afirma que la gente es pobre porque no se esfuerza lo suficiente, que las becas y los programas sociales sólo fomentan el clientelismo y alientan a las personas flojas, que no es necesario pensar en comunidad y organización social sino fomentar un aspiracionismo individual que no piense en las problemáticas sociales que ocasiona a su paso. Naturalmente, en un modelo así es imposible que toda la humanidad tenga cabida.

El modelo de masculinidad hegemónica nos coloca a todos dentro de un escenario aspiracionista y meritocrático en donde los hombres a idolatrar son aquellos de negocios, autosuficientes, blancos, desvinculados de las problemáticas sociales, exitosos y artificiales, llenos de riqueza, rodeados de mujeres exuberantes, que no realizan trabajos de cuidado ni del hogar, que ordenan el mundo con el chasquido de sus dedos. Pero como esto no es para todos, ya que necesitaríamos 30 mundos más para garantizar tal disponibilidad de recursos, este modelo de «felicidad» termina por generar depresión, desencanto, angustia, tristeza y violencia en las personas que se sienten interpeladas por este modelo y que no pueden alcanzarlo.

Rita Segato, al igual que otras feministas, han llamado la atención sobre esta característica del modelo patriarcal de la modernidad (2016, p. 155), la cual muestra un modelo de vida que es inalcanzable para la mayoría de los hombres, generando frustración e impotencia al no tener poder ni recursos infinitos, ocasionando que estas emociones, sentimientos y aspiraciones se transformen en una violencia ejercida cada vez con una mayor crueldad e intensidad sobre las personas más vulnerables, entre las cuales se encuentran las mujeres y la niñez.

 

Los hombres han perdido casi por completo el rol de proveedores, lo que desestructura el mandato de masculinidad e incrementa las violencias de género (García, 2021, p. 14).

 

Por otro lado, el modelo neoliberal a la par de reproducir la pobreza y la desigualdad, hace una mancuerna con el modelo patriarcal al negar los derechos sociales de las mujeres y personas de la diversidad. Se resiste, a la manera de la transfobia de Gabriel Quadri, a reconocer derechos específicos y necesarios para estas poblaciones vulnerables por la discriminación del machismo y del modelo de masculinidad hegemónica que reproduce el sistema. Bajo una visión extremadamente liberal, se busca negar las desigualdades sociales al impulsar una lectura de derechos que rechaza «casi universalmente los programas de ‘acción afirmativa’ para grupos subrepresentados, y dan comúnmente como razón que este tipo de programas son discriminatorios y violan los principios de igualdad de oportunidades» (Connell, 2019, p. 303).

Éstas son algunas de las razones por las cuales se niega el feminismo y la teoría de género, a través de lo que se ha denominado como «ideología de género». Por lo anterior, por el momento histórico que vivimos como país, así como por la articulación y avances que el feminismo ha logrado, como hombres estamos interpelados a cuestionar la identidad machista y violentadora a través de la cual identificamos nuestra masculinidad y ostentamos privilegios, cuestionando los diferentes tipos de violencia que ejercemos contra las demás personas y contra nosotros mismos.

Es importante que nos planteemos cómo nos podemos sumar a la lucha por la igualdad de género en nuestras sociedades. Si bien es cierto que en el debate y la acción transformativa que se desarrolla desde la teoría de género tenemos los hombres mucho que aprender todavía (sobre todo teniendo en cuenta el nivel de conciencia y activismo que han alcanzado las compañeras), no podemos dejarles también a ellas la responsabilidad de nuestra masculinidad. No podemos esperar a que sean ellas o las personas de la diversidad, que son quienes viven la violencia y la discriminación de género dentro de un modelo patriarcal, quienes nos tomen de la mano para transitar este camino. Los hombres tenemos que dar un paso al frente, hacernos responsables del sistema patriarcal.

Naturalmente, esto va a tener consecuencias, por ejemplo, perder los beneficios del pacto patriarcal y los acuerdos tácitos que nos benefician. Debemos asumir que nos vamos a incomodar y vamos a incomodar a los demás. Incluso se ha creado la palabra «mangina» para rechazar y ridiculizar la acción deconstructiva, solidaria y transformativa de hombres aliados del feminismo.

Esta participación debe tener en cuenta que no es nuestro papel estar al frente de la lucha por la igualdad de género, que ésta es una agenda que deben encabezar las y los compañeros que han sido y son víctimas del modelo patriarcal, no quienes contamos con privilegios en él. No significa que tenemos que ocultarnos en los sótanos para transformarnos, sino entender que en ciertos espacios son necesarias ciertas acciones.

Investigaciones como las de Jimenez y Morales (2021) han encontrado que cuando hombres activistas comprendemos la relación entre el feminismo y las masculinidades diversas, nos encontramos frente a dos posibilidades que van de la mano. La primera de ellas es que la relación con los feminismos nos permite vincular los cuestionamientos subjetivos a cuestiones estructurales, y de esta forma apreciar las relaciones de poder y dominación establecidas. También desnaturaliza la identidad de la masculinidad hegemónica y abre paso a la existencia de una transformación social en este sentido. Esto se maximiza cuando la claridad conceptual se articula con la acción y no se reduce sólo al discurso, pues no puede haber transformación sin praxis, recordando que para un «feminismo de mercado la nueva masculinidad también vende» y puede presentarse como un producto superficial de superación personal, acrítico y desvinculado de una lectura de relaciones de poder (Concheiro y Valero, 2021, p. 29).

Una segunda posibilidad es la expansión y transformación existencial que vivimos, la cual logra acceder a espacios personales, emocionales y sociales que teníamos vetados, ya que somos capaces de reconocer el dolor propio y ajeno que causa el modelo patriarcal y la responsabilidad que tenemos en ello. Es importante reconocer que la transformación masculina genera dinámicas positivas para la sociedad, pero los hombres debemos de participar de ella también por nosotros mismos.

 

***

Finalmente, para abonar a los temas aquí planteados es importante seguir las actividades del Proyecto Formativo de Masculinidades en Transición del Instituto Nacional de Formación Política (INFP), así como tomar el Curso Virtual de Masculinidades en Transición que se encuentra en la plataforma de la Escuela Nacional de Formación Política (ENFP). Es un curso gratuito, gestionado a los tiempos del o la participante, que consta de 14 lecciones en donde se transita por lecciones que abordan distintas dimensiones de la masculinidad, cada una de ellas desarrollada por una o un especialista.

«La cabeza piensa donde los pies pisan», afirma Frei Betto pensando en el método de la educación popular. Por nuestra parte, basta decir que sólo podemos transformar y deconstruir nuestra masculinidad si transitamos un camino de cuestionamiento creativo de la propia identidad; si transitamos con amor y sensibilidad somos capaces de responsabilizarnos y comprender el universo del que hemos participado, para desde esta práctica ayudar a construir el mundo de justicia en el que nos merecemos vivir todas y todos.

 

@diego_ilinich

 

Bibliografía

 

– Azpiazn, Jokin (2017). Masculinidades y feminismo. Barcelona, Virus.

– Concheiro, Elvira y Perla Valero (2021). «Feminismo antineoliberal para tiempos convulsos y de transformación», en El ejercicio de pensar. MarxismoS y feminismoS [Primera parte], núm. 10, junio 2021. Buenos Aires, CLACSO. Pp. 34-44.

– Connell, Raewyn (2019). Masculinidades. México, CIEG-UNAM.

– Fraser, Nancy y Rahel Jaeggi (2019). Capitalismo. Una conversación desde la teoría crítica, Madrid: Ediciones Morata.

– García Bravo, María Haydeé (2021). «Marxismos y feminismos, reflexiones sobre sus encuentros fecundos», en El ejercicio de pensar. MarxismoS y feminismoS [Primera parte], núm. 10, junio 2021. Buenos Aires, CLACSO. Pp. 21-33.

– Jimenez R., Jorge. y Malton D. Morales H. (2021). «Feminismos y masculinidades: Transformación política y existencial en la narrativa de hombres activistas antipatriarcales» en Psicoperspectivas. Individuo y sociedad, vol. 20, No. 1, 15 de marzo 2021. Pp.

– Kaufman, Michael (1997). «Las experiencias contradictorias del poder entre los hombres», en Valdés, Teresa y José Olavarría (1997). Masculinidad/es. Poder y crisis. Chile, Isis-FLACSO.

– Kimmel, Michael S. (1997). «Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina», en Valdés, Teresa y José Olavarría (1997). Masculinidad/es. Poder y crisis. Chile, Isis-FLACSO.

– Segato, Rita Laura (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid, Mapas.

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