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Las mujeres afro y la desigualdad en el Estado, la sociedad y los feminismos

por Alina Herrera Fuentes    Agosto 15 de 2022

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Desde 1992, cada 25 de julio se celebra el Día Internacional de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora. La fecha fue acordada en el marco del Primer Encuentro de Mujeres Negras, Latinoamericanas y Caribeñas celebrado en República Dominicana. Allí, mujeres afrodescendientes de 32 países de América Latina y el Caribe reconocieron la necesidad de afrontar el racismo desde una perspectiva de género, y de cuestionar la ausencia de las demandas de las mujeres negras dentro de los movimientos de mujeres y feministas de la región. Desde entonces, en torno a la fecha se conmemoran jornadas que buscan visibilizar las luchas contra el racismo, la discriminación de género y las desventajas histórico-sociales que condicionan la vida de las mujeres afrodescendientes a escala internacional.

La conmemoración intenta interpelar a los gobiernos por el reconocimiento de los derechos de las mujeres afrodescendientes y por la articulación de políticas públicas que coadyuven al cumplimiento del principio de igualdad entre todas las personas, así como por la reparación histórica del ultraje y la masacre que significó los siglos de esclavización y tráfico de personas de origen africano, con especial énfasis en las mujeres afrodescendientes. 

Los días de las mujeres afrodescendientes también reivindican las tradiciones afros, la memoria histórica, la cultura y estética que tienen como origen el continente africano, por tanto, significa también motivo de orgullo para la identidad de las mujeres negras.

De ahí que la fecha dispare su conmemoración hacia tres dimensiones centrales: los movimientos feministas en la región; los gobiernos de nuestros países; y las propias comunidades afrodescendientes.

Desde los feminismos

Uno de los principales problemas que han cruzado los distintos movimientos feministas y de mujeres en América Latina y el Caribe ha sido el racismo al interior de los mismos. No sólo por la falta de comprensión de la diversidad de mujeres y subjetividades que somos, sino también por los intereses que perseguían o persiguen los sectores más hegemónicos.

Este conflicto es anterior a la propia denominación de la organización de mujeres que luchan por sus derechos como feminismo. La raza como categoría social y política, y el racismo como un sistema ideológico de dominación y exclusión, se fundan con el colonialismo a partir de 1492 y se profundiza con el advenimiento de los estados modernos. La trata y esclavización de personas secuestradas de África para su explotación justificó que las personas negras no fueran consideradas, en primer lugar, personas sino animales. Las mujeres africanas, además del trabajo forzado, eran sometidas a la violación para «procrear» mano de obra, o por los designios misóginos y racistas de sus amos.

Una vez abolida la esclavitud, las brechas para satisfacer los derechos más elementales para las mujeres negras encontraban una aguda inequidad respecto a las mujeres blancas y los hombres negros. Si bien uno u otro grupo alcanzaban la realización de algunas demandas como el sufragio universal masculino, los derechos laborales o sindicales, el derecho al reconocimiento de hijas e hijos; para las mujeres afrodescendientes las barreras se interpusieron de forma doble o triple debido también a su condición relegada de clase.

Es muy conocida la alocución de Sojourner Truth, una esclava emancipada de Estados Unidos, titulada ¿Acaso no soy una mujer? (Ain’t I a Woman?) y pronunciada en 1851 en la «Convención de los derechos de la mujer de Ohio», donde increpó que en los problemas demandados por las mujeres blancas, ella, como mujer negra, no se sentía reconocida. 

Ese hombre de ahí dice que las mujeres necesitan ayuda para subir a las carrozas y para sortear las zanjas, y para que tengan los mejores sitios en todas partes. Nunca nadie me ha ayudado a subir a las carrozas o a saltar un charco de barro, o me ha ofrecido el mejor sitio. ¿Acaso no soy una mujer? ¡Mírenme! ¡Miren mi brazo! He arado y cultivado, y he recolectado todo en el granero, ¡y nunca ningún hombre lo ha hecho mejor que yo! ¿Y acaso no soy una mujer? Podría trabajar tanto y comer tanto como un hombre, cuando puedo conseguir comida, ¡y también soportar los latigazos! ¿Y acaso no soy una mujer? Tuve trece hijos y vi cómo todos ellos fueron vendidos como esclavos y cuando chillé junto al dolor de mi madre, ¡nadie, excepto Jesús, me escuchó! ¿Acaso no soy una mujer?

Por esta razón, tanto Sojourner como su discurso son señalados como precursores del feminismo negro, ya que indicó la gran diferencia en los niveles de opresión entre mujeres blancas y negras y cómo en ello la raza y la esclavitud fueron los presupuestos fundamentales. Es decir, que la dominación no está constituida por un marcador principal como lo puede ser el género, sino que se complejiza al ensamblarse con otros marcadores sociales discriminantes.

No obstante, en América Latina y el Caribe también sucedieron rebeliones lideradas por mujeres esclavizadas que enmarcan no un punto de partida desde la Ilustración, más sí de las luchas radicales contra el sistema esclavista-patriarcal-colonial en donde el cuerpo de las mujeres negras sufría las peores consecuencias. Podemos citar en 1612 el ahorcamiento de 7 mujeres afrodescendientes de un total de 35 personas esclavizadas, condenadas en la Ciudad de México por ser líderes de una rebelión esclava; y a Carlota, mujer negra esclavizada que lideró​ la sublevación del ingenio azucarero «Triunvirato» en la provincia de Matanzas, Cuba, en 1843. De estas genealogías han nacido las epistemologías desde los feminismos negros para, de ese nexo causal, convertirse en un poderoso campo discursivo de acción.

Lélia Gonzalez, feminista negra brasileña, intelectual y política latinoamericana suscribió en su ensayo Por un feminismo afrolatinoamericano que: 

nosotras, mujeres y personas de color, somos convocadas, definidas y clasificadas por un sistema ideológico de dominación que nos infantiliza. Al imponernos un lugar más bajo dentro de su jerarquía (apoyado por nuestras diferencias biológicas de sexo y raza), suprime nuestra humanidad precisamente porque nos niega el derecho a ser sujetos no sólo de nuestro propio discurso, sino de nuestra propia historia. No hace falta decir que con todas estas características, nos referimos al sistema patriarcal-racista.

Y señala más adelante:

el feminismo latinoamericano pierde gran parte de su fuerza haciendo abstracción de un hecho de la mayor importancia: el carácter multirracial y sociedad pluricultural de la región. Tratando, por ejemplo, de la división de trabajo sin articularlo con el correspondiente al nivel racial es caer en una especie de racionalismo universal abstracto, propio de un discurso masculino y blanco. Hablar de opresión de las mujeres latinoamericanas es hablar de una generalidad que oculta, enfatiza, que quita la dura realidad vivida por millones de mujeres que pagan un alto precio por no ser blanco.

Los gobiernos en la región: el caso de México

De acuerdo con datos de la CEPAL, la población afrodescendiente en América Latina y el Caribe asciende a 134 millones de personas, representando un 21% de la población total de nuestro subcontinente.

Las personas afrodescendientes se describen como parte de un grupo discriminado en mayor medida de quienes no lo son. Algunos ejemplos de esta brecha son: Brasil (28% frente a 14%), Colombia (15% frente a 5%, una brecha del triple), Panamá (20% frente a 7%), el Paraguay (24% frente a 14%) y el Uruguay (25% frente a 10%).  En el promedio regional, cerca de dos tercios de las personas afrodescendientes consideran que el conflicto entre personas de diferentes grupos raciales (blancos y negros, indígenas y no indígenas) es muy fuerte.

Brasil es el país con la mayor población afrodescendiente, alcanzando más de 100 millones de personas. En cuanto a la magnitud, Haití y Cuba siguen el listado. Es decir, si bien son naciones con una población mucho menor a la de Brasil, la proporción de personas afro en su población es mayor. En Haití, la mayor parte de la población es afrodescendiente (aproximadamente 10 millones de personas), mientras que en Cuba esta población es del 36% (aproximadamente 4 millones de personas). Mientras que en Colombia, Costa Rica, Ecuador, Panamá y República Dominicana, las personas afrodescendientes representan entre un 7% y un 10% del total nacional. En los países restantes, representan menos de un 5%. 

En México, de acuerdo con datos del INEGI, la población afrodescendiente asciende a 2 millones 576 mil 213 personas, de las cuales el 50.4% son mujeres y el 49.6% son hombres. El 61% de esta población se concentra en los estados de Guerrero, Estado de México, Veracruz, Oaxaca, Ciudad de México, Jalisco, Puebla y Guanajuato, aunque está presente en toda la extensión de la república. Asimismo, el 7.4% de la población afrodescendiente habla alguna lengua indígena.

En 2019 se publicó en el Diario Oficial de la Federación el decreto por el que se adicionó el apartado C al Artículo 2° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que reconoce a los pueblos y comunidades afromexicanas como parte de la composición pluricultural de la nación para garantizar su libre determinación, autonomía, desarrollo e inclusión. Este histórico logro fue impulsado en gran medida por las mujeres afromexicanas organizadas que durante décadas demandaban la invisibilización de sus identidades y la de sus comunidades, muchas veces entrelazadas con orígenes indígenas, pero con preponderancia afro.

Este reconocimiento constitucional a nivel federal impulsó que el último censo de población incorporara la identidad afromexicana entre sus preguntas, cuya respuesta se vinculaba a la autopercepción. Este panorama impulsó un trabajo sistemático con comunidades y población en general relacionado a la identidad, al orgullo afro y a la memoria histórica.

No obstante, en materia de discriminación, un 21.4% de las mujeres y 24.0% de los hombres en México no estaría dispuesto a rentar una habitación a una persona afrodescendiente. Por otra parte, sólo el 25% de las mujeres afrodescendientes son económicamente activas. Mientras que en el caso de las mujeres afrodescendientes no económicamente activas que realizan quehaceres en el hogar, se puede apreciar la gran desigualdad de género que aún priva: 70.3% mujeres y sólo 8.5% hombres dedican tiempo a estas labores. Asimismo, son estudiantes 15.1% de las mujeres afrodescendientes contra el 34.8% de los hombres de la misma identidad.

Siendo que la medida nacional de analfabetismo es de 4.7%, y que en los municipios donde las personas afrodescendientes se encuentran concentradas es de 4.8% el promedio de analfabetismo, para las mujeres afrodescendientes asciende a 19.6%.   

Estas profundas inequidades que atraviesan la historia de los últimos siglos en la región dieron lugar a la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia de Durban, en 2001, que aunque fue la tercera edición fue histórica por el cúmulo de compromisos contraídos como programa y por la obligación que asumieron los gobiernos en atender en sus países los problemas raciales. También considerado uno de los pasos más importantes en el desarrollo del respeto a los derechos humanos. México fue uno de los países participantes.

A partir de este histórico evento internacional nuestro país creó el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), y se han aprobado 29 leyes federales y estatales contra la discriminación y por la igualdad. Sin embargo, las propias estadísticas antes citadas dan cuenta de que no ha sido suficiente.

A dos años del reconocimiento constitucional de los pueblos afrodescendientes, el Instituto Nacional Electoral (INE) anunció la implementación, por primera vez, de algunas acciones afirmativas que buscan garantizar que los afromexicanos y afromexicanas integren la Cámara de Diputados. No obstante, algunas especialistas apuntaron que en las elecciones de 2021 se postularon en total 37 personas afromexicanas, 3 de la Coalición Va por México; 3 del PAN; 1 del PRI; 1 del PRD; 2 de Juntos Haremos Historia; 3 del PT; 2 del Partido Verde Ecologista de México; 3 de Morena; 6 de Movimiento Ciudadano; 4 de PES; 5 de Redes Sociales Progresistas; y 4 por Fuerza por México. Todos entre los estados de Guerrero, Oaxaca, Veracruz y Ciudad de México. Solamente seis personas afro llegaron a ser elegidas, lo que demuestra que no es suficiente con dar una candidatura en cualquier distrito o circunscripción, sino que los partidos políticos deben dar acompañamiento puntual para garantizar su llegada. Señalando que la presencia de mujeres afrodescendientes corre con peores desventajas.

Además de la representación política, grandes vacíos los constituyen las políticas públicas y las acciones afirmativas en otros ámbitos. Incluso, la asignación de mayores presupuestos hacia esos territorios preteridos y desatendidos (incluidas las Casas de Atención a la Mujer Indígena o Afrodescendiente) y además la distribución de tierras como programa inmediato de reparación histórica contra el despojo.

La focalización de programas de salud, atención a la violencia de género, la justicia reproductiva, la justicia climática, redistribución de tierras y acceso al empleo, son pilares que deben atender los estados, apuntando siempre al grupo de mayor invisibilización y marginación como las mujeres afromexicanas.

Hacia el interior de las poblaciones afrodescendientes

La Encuesta Intercensal de 2015 formuló una pregunta sobre identidad afro por primera ocasión. Ésta arrojó un estimado de un millón de personas autorreconocidas como afromexicanas, negras o afrodescendientes. En el Censo de Población de 2020, la pregunta se repitió pero con variaciones, según la cual:

los afromexicanos, negros o afrodescendientes son quienes descienden de personas provenientes del continente africano que llegaron a México durante el periodo colonial, tanto en condición forzada como de libertad, para trabajar en haciendas, ingenios, minas, manufacturas, talleres y en servicios del hogar como cocineras, nodrizas o parteras, entre otras actividades. También incluye a las personas de origen africano que llegaron a México en épocas posteriores y actualmente.

Además, advertía que «ser afrodescendiente no implica un color de piel o textura del cabello». De ahí que la pregunta de la encuesta relacionó los antepasados, costumbres y tradiciones como elementos de identificación y no únicamente el color de las personas. De ahí que el Censo arrojara que aproximadamente 2.5 millones de personas, equivalente a un 2% de la población, se consideran parte de ese grupo. 

El trabajo de rescate de las tradiciones y de la memoria histórica es fundamental. Las políticas de identidad no agotan la justicia social, pero son parte imprescindible de ella. La autopercepción se vincula con la dignidad de las representaciones históricas y contemporáneas, con la valoración de las tradiciones y el reconocimiento sistemático a los aportes de la riqueza del país y de la nación.

En ello la labor de las mujeres en las comunidades aúpa los tejidos de la recomposición social desde, incluso, el orgullo afro. También son protagonistas en la trasmisión de saberes ancestrales y perpetuación de las tradiciones. Además, el trabajo de resistencia y resiliencia se desarrolla de conjunto con los hombres afrodescendientes a pesar de reconocer y enfrentar la existencia del machismo y de prácticas patriarcales al interior de las comunidades.

La comprensión de las desigualdades de las mujeres afrodescendientes en general y mexicanas en particular debe hacerse en clave interseccional. No aditiva, sino complejizando las estructuras de esa matriz de poder ensamblado por diferentes sistemas de dominación que excluyen de forma más profunda y desigual a las afromexicanas. Para enfrentar este entramado de discriminaciones que se dan de manera simultánea es imprescindible que las políticas de atención atiendan a esa variedad de marcadores sociales que incluyen la especificidad de los territorios y, sobre todo, con la participación de estas mujeres. De manera tal que ellas formen parte de políticas transversales con voz y poder de decisión.

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Las mujeres afro y la desigualdad en el Estado, la sociedad y los feminismos

por Alina Herrera Fuentes    Agosto 15 de 2022

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Desde 1992, cada 25 de julio se celebra el Día Internacional de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora. La fecha fue acordada en el marco del Primer Encuentro de Mujeres Negras, Latinoamericanas y Caribeñas celebrado en República Dominicana. Allí, mujeres afrodescendientes de 32 países de América Latina y el Caribe reconocieron la necesidad de afrontar el racismo desde una perspectiva de género, y de cuestionar la ausencia de las demandas de las mujeres negras dentro de los movimientos de mujeres y feministas de la región. Desde entonces, en torno a la fecha se conmemoran jornadas que buscan visibilizar las luchas contra el racismo, la discriminación de género y las desventajas histórico-sociales que condicionan la vida de las mujeres afrodescendientes a escala internacional.

La conmemoración intenta interpelar a los gobiernos por el reconocimiento de los derechos de las mujeres afrodescendientes y por la articulación de políticas públicas que coadyuven al cumplimiento del principio de igualdad entre todas las personas, así como por la reparación histórica del ultraje y la masacre que significó los siglos de esclavización y tráfico de personas de origen africano, con especial énfasis en las mujeres afrodescendientes. 

Los días de las mujeres afrodescendientes también reivindican las tradiciones afros, la memoria histórica, la cultura y estética que tienen como origen el continente africano, por tanto, significa también motivo de orgullo para la identidad de las mujeres negras.

De ahí que la fecha dispare su conmemoración hacia tres dimensiones centrales: los movimientos feministas en la región; los gobiernos de nuestros países; y las propias comunidades afrodescendientes.

Desde los feminismos

Uno de los principales problemas que han cruzado los distintos movimientos feministas y de mujeres en América Latina y el Caribe ha sido el racismo al interior de los mismos. No sólo por la falta de comprensión de la diversidad de mujeres y subjetividades que somos, sino también por los intereses que perseguían o persiguen los sectores más hegemónicos.

Este conflicto es anterior a la propia denominación de la organización de mujeres que luchan por sus derechos como feminismo. La raza como categoría social y política, y el racismo como un sistema ideológico de dominación y exclusión, se fundan con el colonialismo a partir de 1492 y se profundiza con el advenimiento de los estados modernos. La trata y esclavización de personas secuestradas de África para su explotación justificó que las personas negras no fueran consideradas, en primer lugar, personas sino animales. Las mujeres africanas, además del trabajo forzado, eran sometidas a la violación para «procrear» mano de obra, o por los designios misóginos y racistas de sus amos.

Una vez abolida la esclavitud, las brechas para satisfacer los derechos más elementales para las mujeres negras encontraban una aguda inequidad respecto a las mujeres blancas y los hombres negros. Si bien uno u otro grupo alcanzaban la realización de algunas demandas como el sufragio universal masculino, los derechos laborales o sindicales, el derecho al reconocimiento de hijas e hijos; para las mujeres afrodescendientes las barreras se interpusieron de forma doble o triple debido también a su condición relegada de clase.

Es muy conocida la alocución de Sojourner Truth, una esclava emancipada de Estados Unidos, titulada ¿Acaso no soy una mujer? (Ain’t I a Woman?) y pronunciada en 1851 en la «Convención de los derechos de la mujer de Ohio», donde increpó que en los problemas demandados por las mujeres blancas, ella, como mujer negra, no se sentía reconocida. 

Ese hombre de ahí dice que las mujeres necesitan ayuda para subir a las carrozas y para sortear las zanjas, y para que tengan los mejores sitios en todas partes. Nunca nadie me ha ayudado a subir a las carrozas o a saltar un charco de barro, o me ha ofrecido el mejor sitio. ¿Acaso no soy una mujer? ¡Mírenme! ¡Miren mi brazo! He arado y cultivado, y he recolectado todo en el granero, ¡y nunca ningún hombre lo ha hecho mejor que yo! ¿Y acaso no soy una mujer? Podría trabajar tanto y comer tanto como un hombre, cuando puedo conseguir comida, ¡y también soportar los latigazos! ¿Y acaso no soy una mujer? Tuve trece hijos y vi cómo todos ellos fueron vendidos como esclavos y cuando chillé junto al dolor de mi madre, ¡nadie, excepto Jesús, me escuchó! ¿Acaso no soy una mujer?

Por esta razón, tanto Sojourner como su discurso son señalados como precursores del feminismo negro, ya que indicó la gran diferencia en los niveles de opresión entre mujeres blancas y negras y cómo en ello la raza y la esclavitud fueron los presupuestos fundamentales. Es decir, que la dominación no está constituida por un marcador principal como lo puede ser el género, sino que se complejiza al ensamblarse con otros marcadores sociales discriminantes.

No obstante, en América Latina y el Caribe también sucedieron rebeliones lideradas por mujeres esclavizadas que enmarcan no un punto de partida desde la Ilustración, más sí de las luchas radicales contra el sistema esclavista-patriarcal-colonial en donde el cuerpo de las mujeres negras sufría las peores consecuencias. Podemos citar en 1612 el ahorcamiento de 7 mujeres afrodescendientes de un total de 35 personas esclavizadas, condenadas en la Ciudad de México por ser líderes de una rebelión esclava; y a Carlota, mujer negra esclavizada que lideró​ la sublevación del ingenio azucarero «Triunvirato» en la provincia de Matanzas, Cuba, en 1843. De estas genealogías han nacido las epistemologías desde los feminismos negros para, de ese nexo causal, convertirse en un poderoso campo discursivo de acción.

Lélia Gonzalez, feminista negra brasileña, intelectual y política latinoamericana suscribió en su ensayo Por un feminismo afrolatinoamericano que: 

nosotras, mujeres y personas de color, somos convocadas, definidas y clasificadas por un sistema ideológico de dominación que nos infantiliza. Al imponernos un lugar más bajo dentro de su jerarquía (apoyado por nuestras diferencias biológicas de sexo y raza), suprime nuestra humanidad precisamente porque nos niega el derecho a ser sujetos no sólo de nuestro propio discurso, sino de nuestra propia historia. No hace falta decir que con todas estas características, nos referimos al sistema patriarcal-racista.

Y señala más adelante:

el feminismo latinoamericano pierde gran parte de su fuerza haciendo abstracción de un hecho de la mayor importancia: el carácter multirracial y sociedad pluricultural de la región. Tratando, por ejemplo, de la división de trabajo sin articularlo con el correspondiente al nivel racial es caer en una especie de racionalismo universal abstracto, propio de un discurso masculino y blanco. Hablar de opresión de las mujeres latinoamericanas es hablar de una generalidad que oculta, enfatiza, que quita la dura realidad vivida por millones de mujeres que pagan un alto precio por no ser blanco.

Los gobiernos en la región: el caso de México

De acuerdo con datos de la CEPAL, la población afrodescendiente en América Latina y el Caribe asciende a 134 millones de personas, representando un 21% de la población total de nuestro subcontinente.

Las personas afrodescendientes se describen como parte de un grupo discriminado en mayor medida de quienes no lo son. Algunos ejemplos de esta brecha son: Brasil (28% frente a 14%), Colombia (15% frente a 5%, una brecha del triple), Panamá (20% frente a 7%), el Paraguay (24% frente a 14%) y el Uruguay (25% frente a 10%).  En el promedio regional, cerca de dos tercios de las personas afrodescendientes consideran que el conflicto entre personas de diferentes grupos raciales (blancos y negros, indígenas y no indígenas) es muy fuerte.

Brasil es el país con la mayor población afrodescendiente, alcanzando más de 100 millones de personas. En cuanto a la magnitud, Haití y Cuba siguen el listado. Es decir, si bien son naciones con una población mucho menor a la de Brasil, la proporción de personas afro en su población es mayor. En Haití, la mayor parte de la población es afrodescendiente (aproximadamente 10 millones de personas), mientras que en Cuba esta población es del 36% (aproximadamente 4 millones de personas). Mientras que en Colombia, Costa Rica, Ecuador, Panamá y República Dominicana, las personas afrodescendientes representan entre un 7% y un 10% del total nacional. En los países restantes, representan menos de un 5%. 

En México, de acuerdo con datos del INEGI, la población afrodescendiente asciende a 2 millones 576 mil 213 personas, de las cuales el 50.4% son mujeres y el 49.6% son hombres. El 61% de esta población se concentra en los estados de Guerrero, Estado de México, Veracruz, Oaxaca, Ciudad de México, Jalisco, Puebla y Guanajuato, aunque está presente en toda la extensión de la república. Asimismo, el 7.4% de la población afrodescendiente habla alguna lengua indígena.

En 2019 se publicó en el Diario Oficial de la Federación el decreto por el que se adicionó el apartado C al Artículo 2° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que reconoce a los pueblos y comunidades afromexicanas como parte de la composición pluricultural de la nación para garantizar su libre determinación, autonomía, desarrollo e inclusión. Este histórico logro fue impulsado en gran medida por las mujeres afromexicanas organizadas que durante décadas demandaban la invisibilización de sus identidades y la de sus comunidades, muchas veces entrelazadas con orígenes indígenas, pero con preponderancia afro.

Este reconocimiento constitucional a nivel federal impulsó que el último censo de población incorporara la identidad afromexicana entre sus preguntas, cuya respuesta se vinculaba a la autopercepción. Este panorama impulsó un trabajo sistemático con comunidades y población en general relacionado a la identidad, al orgullo afro y a la memoria histórica.

No obstante, en materia de discriminación, un 21.4% de las mujeres y 24.0% de los hombres en México no estaría dispuesto a rentar una habitación a una persona afrodescendiente. Por otra parte, sólo el 25% de las mujeres afrodescendientes son económicamente activas. Mientras que en el caso de las mujeres afrodescendientes no económicamente activas que realizan quehaceres en el hogar, se puede apreciar la gran desigualdad de género que aún priva: 70.3% mujeres y sólo 8.5% hombres dedican tiempo a estas labores. Asimismo, son estudiantes 15.1% de las mujeres afrodescendientes contra el 34.8% de los hombres de la misma identidad.

Siendo que la medida nacional de analfabetismo es de 4.7%, y que en los municipios donde las personas afrodescendientes se encuentran concentradas es de 4.8% el promedio de analfabetismo, para las mujeres afrodescendientes asciende a 19.6%.   

Estas profundas inequidades que atraviesan la historia de los últimos siglos en la región dieron lugar a la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia de Durban, en 2001, que aunque fue la tercera edición fue histórica por el cúmulo de compromisos contraídos como programa y por la obligación que asumieron los gobiernos en atender en sus países los problemas raciales. También considerado uno de los pasos más importantes en el desarrollo del respeto a los derechos humanos. México fue uno de los países participantes.

A partir de este histórico evento internacional nuestro país creó el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), y se han aprobado 29 leyes federales y estatales contra la discriminación y por la igualdad. Sin embargo, las propias estadísticas antes citadas dan cuenta de que no ha sido suficiente.

A dos años del reconocimiento constitucional de los pueblos afrodescendientes, el Instituto Nacional Electoral (INE) anunció la implementación, por primera vez, de algunas acciones afirmativas que buscan garantizar que los afromexicanos y afromexicanas integren la Cámara de Diputados. No obstante, algunas especialistas apuntaron que en las elecciones de 2021 se postularon en total 37 personas afromexicanas, 3 de la Coalición Va por México; 3 del PAN; 1 del PRI; 1 del PRD; 2 de Juntos Haremos Historia; 3 del PT; 2 del Partido Verde Ecologista de México; 3 de Morena; 6 de Movimiento Ciudadano; 4 de PES; 5 de Redes Sociales Progresistas; y 4 por Fuerza por México. Todos entre los estados de Guerrero, Oaxaca, Veracruz y Ciudad de México. Solamente seis personas afro llegaron a ser elegidas, lo que demuestra que no es suficiente con dar una candidatura en cualquier distrito o circunscripción, sino que los partidos políticos deben dar acompañamiento puntual para garantizar su llegada. Señalando que la presencia de mujeres afrodescendientes corre con peores desventajas.

Además de la representación política, grandes vacíos los constituyen las políticas públicas y las acciones afirmativas en otros ámbitos. Incluso, la asignación de mayores presupuestos hacia esos territorios preteridos y desatendidos (incluidas las Casas de Atención a la Mujer Indígena o Afrodescendiente) y además la distribución de tierras como programa inmediato de reparación histórica contra el despojo.

La focalización de programas de salud, atención a la violencia de género, la justicia reproductiva, la justicia climática, redistribución de tierras y acceso al empleo, son pilares que deben atender los estados, apuntando siempre al grupo de mayor invisibilización y marginación como las mujeres afromexicanas.

Hacia el interior de las poblaciones afrodescendientes

La Encuesta Intercensal de 2015 formuló una pregunta sobre identidad afro por primera ocasión. Ésta arrojó un estimado de un millón de personas autorreconocidas como afromexicanas, negras o afrodescendientes. En el Censo de Población de 2020, la pregunta se repitió pero con variaciones, según la cual:

los afromexicanos, negros o afrodescendientes son quienes descienden de personas provenientes del continente africano que llegaron a México durante el periodo colonial, tanto en condición forzada como de libertad, para trabajar en haciendas, ingenios, minas, manufacturas, talleres y en servicios del hogar como cocineras, nodrizas o parteras, entre otras actividades. También incluye a las personas de origen africano que llegaron a México en épocas posteriores y actualmente.

Además, advertía que «ser afrodescendiente no implica un color de piel o textura del cabello». De ahí que la pregunta de la encuesta relacionó los antepasados, costumbres y tradiciones como elementos de identificación y no únicamente el color de las personas. De ahí que el Censo arrojara que aproximadamente 2.5 millones de personas, equivalente a un 2% de la población, se consideran parte de ese grupo. 

El trabajo de rescate de las tradiciones y de la memoria histórica es fundamental. Las políticas de identidad no agotan la justicia social, pero son parte imprescindible de ella. La autopercepción se vincula con la dignidad de las representaciones históricas y contemporáneas, con la valoración de las tradiciones y el reconocimiento sistemático a los aportes de la riqueza del país y de la nación.

En ello la labor de las mujeres en las comunidades aúpa los tejidos de la recomposición social desde, incluso, el orgullo afro. También son protagonistas en la trasmisión de saberes ancestrales y perpetuación de las tradiciones. Además, el trabajo de resistencia y resiliencia se desarrolla de conjunto con los hombres afrodescendientes a pesar de reconocer y enfrentar la existencia del machismo y de prácticas patriarcales al interior de las comunidades.

La comprensión de las desigualdades de las mujeres afrodescendientes en general y mexicanas en particular debe hacerse en clave interseccional. No aditiva, sino complejizando las estructuras de esa matriz de poder ensamblado por diferentes sistemas de dominación que excluyen de forma más profunda y desigual a las afromexicanas. Para enfrentar este entramado de discriminaciones que se dan de manera simultánea es imprescindible que las políticas de atención atiendan a esa variedad de marcadores sociales que incluyen la especificidad de los territorios y, sobre todo, con la participación de estas mujeres. De manera tal que ellas formen parte de políticas transversales con voz y poder de decisión.

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