Hacia el III Congreso de Morena. Por una revolución de las conciencias en situación

Morena

Militancia

Congreso Nacional

por Armando Bartra    Septiembre 3 de 2022

El moderno Príncipe debe ser, y no puede dejar de ser, 

el abanderado y organizador de una reforma 

intelectual y moral

Antonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo

 

Preámbulo: dos y medio millones

En dos días, entre el 30 y el 31 de julio de 2022, ratificaron su afiliación o se afiliaron a Morena dos millones y medio de personas, un acontecimiento político nunca antes visto ni en México ni en el mundo. Un hecho inusitado… o no tanto, porque Morena acostumbra hacer milagros políticos: se funda en 2014 y cuatro años después, en 2018, gana las elecciones presidenciales con 30 millones de votos.

En 553 centros de votación establecidos en los 300 distritos federales, se eligió a tres mil congresistas que primero nombrarán a los 32 comités ejecutivos estatales y después participarán en el III Congreso Nacional, a realizarse el 17 y 18 de septiembre de 2022, donde además de una posible reforma a los estatutos se elegirá al Consejo Nacional y al Comité Ejecutivo Nacional, menos a su presidente y a su secretaria general que seguirán en el cargo hasta 2024. Para esto, y puesto que no había un padrón confiable, fue necesario implementar el atípico procedimiento de inscribir sobre la marcha a los que quieren ser de Morena y así ejercer el derecho a elegir o ser electos como congresistas. 

«El partido abrió las puertas a los ciudadanos», dijo Tomas Pliego, presidente de Morena en la Ciudad de México. Tiene razón, y la apertura fue un gran acierto, pero el procedimiento también facilitó la operación de la derecha, que trató de infiltrarse para sabotear, y del arribismo de quienes se mueven por intereses personales o de grupo y no por causas sociales. Hubo acarreo, coacción del voto, relleno de urnas y en algún caso violencia, lo que obligó a reponer las asambleas en 16 distritos de 7 estados, poco más del 5% del total.

Hubo otro fenómeno indeseable. La información disponible sugiere que donde gobierna Morena una alta proporción de los electos congresistas fueron impulsados por los grupos afines a los gobernadores, presidentes municipales y alcaldes, dándoles a éstos el control de un partido que debiera ser independiente de quienes cumplen alguna función gubernamental. Germen del nefasto corporativismo que, sin embargo, es explicable e incluso puede verse como un buena señal: para la gente del común y más para quienes están con nosotros, la 4T no encarna en el Partido sino en López Obrador y, por extensión, en quienes con él gobiernan, de modo que cuando eligen a quien debe representarlos escogen personas cercanas a estos funcionarios o a los propios funcionarios en los casos en que éstos se candidatearon, como sucedió con los titulares de las siete alcaldías que gobierna Morena en la Ciudad de México. 

Uno esperaría que los electos hubieran sido mayormente líderes agrarios, sindicalistas, dirigentes estudiantiles, aguerridas feministas, organizadoras barriales, activistas de la sociedad civil, científicos, artistas… lo que quizá hubiera ocurrido si en los últimos años el activismo de quienes gobiernan hubiera estado acompañado del correspondiente activismo político y social de Morena. Lo que no ocurrió: salvo en elecciones y un par de campañas en los últimos cuatro años Morena estuvo ausente, se desdibujó o tiene mala imagen, de modo que con algunas excepciones sus cuadros no son opción. 

El problema de fondo que subyace tras el excesivo peso que quienes gobiernan tuvieron en la pasada elección y por tanto en el partido, es que tanto en México como en los países de Nuestra América donde gobierna o ha gobernado la izquierda la interacción directa de los presidentes carismáticos (Chávez, Lula, Evo, Cristina, Correa…) con la sociedad suple y desplaza a las organizaciones políticas que los llevaron al cargo. Lo mismo sucedió en nuestro país con el gobierno de Lázaro Cárdenas, quien siendo presidente tomó en sus manos la tarea de organizar y movilizar a la sociedad.  Personalismo que tiene raíces en nuestra historia y por un tiempo resultó útil, pero que más pronto que tarde deviene una debilidad porque los líderes se mueren, los meten a la cárcel, los exilan o se van al rancho.    

Y claro, como era de esperarse los corifeos de la derecha y de algunos morenos resentidos que por lo visto no quedaron de congresistas, descalifican e impugnan la elección. Es cierto que aquel sábado y domingo hubo mano negra de la derecha, intervenciones políticas inconvenientes y conductas inadmisibles que deben ser sancionadas. La crítica y autocrítica son indispensables. Pero no se vale tratar de opacar el que sin duda es un acontecimiento político inédito y alentador: la afiliación multitudinaria a Morena de dos millones y medio de potenciales militantes.

De los que participaron, cerca de 300 mil ya estaban en el viejo padrón, de modo que sólo se reafiliaron. Ciertamente hubo arribistas, chapulines y oportunistas de toda laya: ¿cuántos calculan? ¿diez mil, cien mil o, ya exagerando, quinientos mil indeseables acarreados? Aun así, quedarían dos millones de ciudadanas y ciudadanos honestos y bien intencionados que ese fin de semana se afiliaron al partido en el que quieren militar y a quienes se ofende suponiéndolos «borregada política» y descalificando la elección. 

De la derecha no debiera sorprendernos: en los comicios de medio camino, cuando con una ayudita de sus aliados Morena ganó 11 de 15 gubernaturas y conservó la mayoría legislativa, la derecha dijo que había sido una terrible derrota de la izquierda; de la consulta sobre enjuiciar o no a los expresidentes, en que 6.5 millones (el 98% de los participantes) votaron por que se les juzgara y castigara, la derecha dijo que era un fracaso; cuando se preguntó a la ciudadanía si López Obrador debía seguir de presidente o debía renunciar y 15 millones (el 90% de los participantes) votaron porque continuara, la derecha clamó: «¿dónde están los 30 millones de 2018? Ya no te quieren López ¡Renuncia!»; y ahora que la gente hace cola para afiliarse a Morena, que en dos días pasó de tener un padrón verificable de menos de 300 mil afiliados a tener uno de dos millones y medio, la derecha habla de opacidad, fraude, manipulación… Y lo mismo hacen algunos morenos agraviados que confunden la pertinente crítica y autocrítica con el escándalo mediático y la peligrosa judicialización (ya sabemos cómo se las gasta el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación). Crítica de sepulturero, la llamábamos antes.

Dos millones y medio de afiliados, la mayoría nuevos. Menudo reto para un partido que desde 2018 ha sido incapaz de poner a militar a sus militantes. Pero a la vez una extraordinaria oportunidad para ahora sí hacer de Morena un partido-movimiento capaz de ganar las elecciones de 2023 y las de 2024, capaz de apoyar la política de López Obrador y sobre todo capaz de operar la 4T a nivel de piso: capaz de organizar, concientizar y movilizar a la sociedad mexicana. 

Para hacer esto posible se requiere voluntad y convicción: una nueva revolución de las conciencias; una profunda transformación de las ideas, valores y sentires no intemporal y abstracta sino situada; una revolución de las conciencias que mire al futuro, pero también a la coyuntura, al aquí y al ahora. Sería imperdonable que por desidia o incapacidad permitiéramos que estos dos y medio millones de potenciales militantes se fueran a su casa sin tareas organizativas y políticas: «¿votas y te vas?»

Como aporte a la reflexión sobre estos desafíos propongo el siguiente decálogo:

1 No puede haber 4T sin una revolución de las conciencias que transforme profundamente las ideas, valores y sentires de las mexicanas y los mexicanos. 

Después de la revolución de 1910 y por 70 años vivimos en un orden autoritario, clientelar y corporativo, rasgos que pese a su indudable respaldo popular también estuvieron presentes durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. En los 30 años del neoliberalismo a estas lacras se añadieron aculturación, individualismo, consumismo… Rasgos nefastos del viejo régimen que imperaron durante casi un siglo y calaron profundamente en nuestras conciencias. Cambiar los modos de pensar, valorar y sentir rutinarios e inerciales por otros generosos, solidarios, críticos y propositivos es tarea mayor de la 4T y principalmente de Morena. Las lecciones de ética, historia, política y cuanto hay que a diario se imparten desde el Salón Guillermo Prieto de Palacio Nacional son valiosísimas… pero no bastan.

2 La «reforma intelectual y moral» de la que hablaba Gramsci y que nosotros llamamos revolución de las conciencias es permanente y sus contenidos específicos dependen de la fase del proceso de transformación en que nos encontremos. La Revolución de las conciencias necesaria para derrocar electoralmente al viejo régimen se fue desarrollando cuando menos desde el parteaguas moral que fue el movimiento de 1968 y se materializó en los 30 millones de votos que tuvo López Obrador en 2018. La revolución de las conciencias necesaria para ir desmontando el viejo orden y sentando las bases de la 4T se ha ido desplegando en los últimos años y se muestra en el respaldo de 60% que, pese al agobiante entorno mundial (pandemia, guerra, inflación), conserva el gobierno del cambio verdadero,

La revolución de las conciencias necesaria para llevar adelante la nueva etapa de la 4T, que comenzará en 2024 con las ambiciosas reformas de segunda generación que pueblo y gobierno habremos de impulsar en el segundo sexenio de Morena, tenemos que irla construyendo desde ahora. Antes de 2018 la tarea era resistir al viejo régimen, de 2018 y 2024 la tarea está siendo desmontarlo, de 2024 en adelante la tarea será construir algo radicalmente nuevo… y el talante intelectual y emocional propio de cada etapa es distinto, de modo que la revolución de las conciencias ha de ser una revolución permanente.       

3 La revolución de las conciencias es una —solo una— de las tres dimensiones fundamentales del cambio social: organización, movilización y concientización. Dimensiones que son inseparables: no es posible transformar las conciencias sin renovar al mismo tiempo el modo de organizarse y movilizarse. Si no está inserta en la acción colectiva y ordenada que debiera impulsar el Partido, la presunta concientización no será más que instrucción política y adoctrinamiento, quizá formativos pero descontextualizados y por tanto políticamente inocuos.  

Revolucionar la conciencia, revolucionar la organización, revolucionar la acción y hacerlo simultáneamente… ésta es la trinidad revolucionaria.

4 La coyuntura que hoy vivimos en México y en el Partido define las tareas inmediatas y urgentes de organización, movilización y concientización. A dos años del fin del sexenio lo más importante en lo nacional es consolidar los cambios que sientan las bases de la 4T, evaluar críticamente lo que hemos hecho y definir las transformaciones que habremos de realizar en la segunda etapa. Nueva fase en la que habrá continuidad con lo realizado hasta ahora, aunque también cambios. 

El compromiso es mantener el rumbo estratégico, pero corrigiendo lo que mostró debilidades, desechando lo que de plano no funcionó e impulsando las trascendentes reformas de segunda generación que en la primera etapa eran imposibles, mientras que ahora son indispensables. Cambio de etapa y avance que sólo será viable si construimos la correlación de fuerzas política y social que se requiere para transitarlo: mayorías legislativas, acompañamiento político partidista, respaldo social organizado, masiva aprobación ciudadana.

5 Para Morena la coyuntura es la misma, pero sus tareas son específicas. Y la primera es desarrollar la 4T a nivel de piso. Las transformaciones que están sentando las bases de la 4T y que deben consolidarse en lo que resta del sexenio se impulsan desde arriba y desde abajo: desde el Estado y desde la sociedad. Unas son tarea del gobierno, las otras son tarea de todos, pero principalmente del Partido, de los gremios y en general de la ciudadanía organizada. 

López Obrador sintetizó su tarea transformadora con una metáfora: «mover al elefante reumático» que es el Estado mexicano. Y lo está moviendo en la dirección correcta. Pero la «elefanta reumática», que siguiendo la metáfora sería la sociedad mexicana, se ha movido muy poco. Salvo los obreros cercanos al Sindicato Nacional de Trabajadores Minero Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana y otros como los de la General Motors, los gremios tanto de la ciudad como del campo están pasmados. Y no se debe a que el neoliberalismo los desarticuló, como se justifican algunos, pues pese a la represión y falta de respuesta con los gobiernos autoritarios y antipopulares había más movilización que ahora. Perdimos las calles y corremos el riesgo de que las gane la derecha acompañada por la izquierda despistada. Como ya ocurre aquí con los amparos judiciales que bloquean las políticas del gobierno y como ocurre y ha ocurrido en algunos países latinoamericanos donde la derecha ha logrado posicionarse en el espacio público. 

Cuando la izquierda llega al poder la iniciativa pasa de los movimientos y partidos de oposición a los nuevos gobernantes, eso es algo indeseable que sin embargo se repite en casi todos los «gobiernos progresistas» de Nuestra América… y México no ha sido la excepción. Pero el cambio social profundo es el que se hace abajo y en gran medida está pendiente. 

Por décadas nos organizamos y movilizamos para resistir y luchar contra los gobiernos, ahora tenemos que organizarnos y movilizarnos para construir junto con el gobierno. Y no sabemos bien cómo. Pero así como en los años veinte y treinta del pasado siglo, en el contexto de la 3T, surgieron infinidad de organizaciones obreras, campesinas, de mujeres, de inquilinos, de artistas, de estudiantes… así en la 4T deberían proliferar los sindicatos, las organizaciones rurales de productores, los grupos culturales, las redes temáticas, las asociaciones civiles, las cooperativas… [1]

Pasar de contrahegemónicos a hegemónicos, de resistentes a constructores, de reactivos a proactivos, del no al sí… requiere de una revolución de las conciencias que sin duda realizaron desde hace años López Obrador y quienes lo acompañan en el gobierno, pero que no se ha ocurrido en la sociedad y que Morena tampoco impulsa. 

6 La otra gran tarea de Morena en los dos años que le quedan al sexenio es definir y preparar los cambios que habrá de realizar la 4T en la siguiente etapa. En primer lugar, diseñando de manera participativa y consensuada las reformas de segunda generación que darán contenido estratégico al programa de gobierno del próximo sexenio. En segundo lugar y paralelamente, construyendo la fuerza social y las alianzas políticas necesarias para ganar las elecciones que siguen, en particular la decisiva de 2024, y para operar desde la sociedad y de común acuerdo con el nuevo gobierno morenista los cambios que darán contenido a la segunda etapa de la 4T. 

El programa general del próximo sexenio y la fuerza para sacarlo adelante: dos tareas prospectivas inseparables que no le tocan al gobierno saliente ni al candidato o candidata de Morena a la presidencia, sino al partido y sólo al partido, 

La definición de la candidatura se hará por encuesta, de modo que quienes aspiran tienen que «placearse» y buscar apoyos desde ahora si quieren avanzar en esta primera fase del proceso. Y el asunto despierta pasiones, porque elegir internamente a quien muy probablemente va a gobernar el país es de gran importancia. Pero obsesionarse en ello resulta frívolo y politiquero si no se encuadra en la construcción colectiva del que será su programa general de gobierno y en la organización, concientización y movilización de las fuerzas sociales y políticas necesarias, para que quien sea elegido o elegida pueda ganar y gobernar. 

Además de insuficiente, apostarlo todo a que quede quien uno considera que es el mejor o la mejor es extremadamente peligroso, pues conduce casi inevitablemente a la división del Partido y quizá a la derrota. En política las personas importan, y mucho, pero más importan el programa con el que se comprometen al ser postulados por Morena y las fuerzas sociales que participaron en la construcción de ese programa, que votarán para que gane y que exigirán que se cumpla. 

Sin proyecto y base social, ya en la presidencia el mejor candidato pierde rumbo, mientras que el menos bueno estará acotado por el programa comprometido, la demandante sociedad organizada y el partido que lo postuló, de modo que tendrá que hacerlo bien. El presidente Ávila Camacho se pudo desviar del rumbo trazado por el gobierno anterior porque los gremios y fuerzas sociales organizadas que habían acompañado al presidente Lázaro Cárdenas no se lo impidieron, vaya, ni siquiera metieron las manos. Con el gobierno de Lenín Moreno, Ecuador regresó al neoliberalismo porque el partido Alianza PAÍS creado por su antecesor Rafael Correa no supo o no quiso oponerse a la restauración y algunas fuerzas sociales anticorreístas, como la Confederación de Nacionalidades Indígenas, al principio apoyaron al traidor. Nunca hay plenas garantías, pero con programa, partido y sociedad organizada el riesgo de desviaciones es menor.   

7 Morena tiene dos años para hacer la tarea: por una parte consolidar desde la sociedad los cambios que están sentando las bases de la 4T, encargo que en gran medida está pendiente, pues salvo en lo electoral y en la formación política después de 2018 el partido se pasmó; por otra parte, formular de manera participativa el proyecto general y estratégico en que habrá de encuadrarse el programa de gobierno del candidato o candidata, construyendo al mismo tiempo las fuerzas  sociales y las alianzas políticas necesarias para volver a ganar la elección y operar desde abajo y junto con el nuevo gobierno las reformas de segunda generación.

Después de dos años de parálisis en lo tocante al trabajo de organización, movilización y concientización social, la tarea parece difícil de realizar sino imposible. Pero en realidad las condiciones son hoy mucho más favorables que antes, pues como acostumbra Morena acaba de hacer magia sacándose del sombrero no un conejo, sino dos millones y medio de potenciales militantes. No podemos mirar para otro lado, están ahí y son muchos, hicieron cola —a veces durante horas— para afiliarse y votar, y la gran mayoría esperan que se les convoque para algo más.    

El problema que tenemos es que estos dos millones y medio de afiliados son esto, afiliados, no militantes, pues para serlo no basta estar en el padrón, tener credencial y en las elecciones votar por los candidatos de Morena. Para ser militante de un partido-movimiento de izquierda como Morena hace falta militar. Y así como han marchado hasta ahora las cosas, nada garantiza que los dos millones y medio se vayan a activar como verdaderos protagonistas del cambio, ni siquiera es seguro que permanezcan en el partido una vez que su emblema, López Obrador, se regrese al rancho.

Tomar los acuerdos necesarios para que los nuevos y viejos afiliados se conviertan en verdaderos militantes y Morena pueda proclamar que tiene dos millones y medio de agremiados efectivos es responsabilidad mayor del III Congreso. Evento decisivo en el que se encontrarán los tres mil congresistas que el 30 y 31 fueron elegidos precisamente por esos dos millones y medio de potenciales militantes; afiliados a quienes quieran que no representan y cuya integración efectiva al partido deben procurar a través de sus acuerdos.

Una posibilidad sería agruparlos en comités de base a los que el Instituto Nacional de Formación Política daría una capacitación básica que culminaría con un somero diagnóstico de su entorno territorial y/o sectorial y un plan de trabajo para incidir en él coordinados por el Comité Ejecutivo de Morena en su estado y orientados por las Secretarías con incumbencia en sus temas. 

Se dice fácil, pero es una tarea gigantesca. Gigantesca e insoslayable, pues si no aceptamos el desafío la historia nos juzgará. En 2006 había que darles tareas a los cientos de miles de mexicanas y mexicanos indignados por el fraude electoral y López Obrador convocó un imposible megaplantón sobre la avenida Reforma, que fuera del Zócalo a la Fuente de Petróleos… y lo montamos. 

8 En el III Congreso habremos de elegir parte de la dirigencia y posiblemente reformar y poner al día los estatutos. Pero por importante que esto sea, no es el principal cometido de una reiteradamente pospuesta y trascendente reunión cuya responsabilidad mayor será definir y acordar las vías para que los nuevos y los viejos militantes militen y los acarreados, oportunistas y trepadores sean eliminados, pues si algo no le gusta a esta fauna nociva es la militancia de base. Vías que de trazarse y transitarse pueden en el corto plazo hacer de Morena el partido-movimiento que siempre quiso ser. Y esta reactivación general es necesaria para que Morena emprenda sin dilación y con ganas las tareas que antes enuncié: 

a) Trabajar intensamente durante los dos años que le quedan al sexenio en las labores de organización, concientización y movilización sectorial y territorial que se precisan para que una sociedad cada vez más crítica, exigente y propositiva, es decir más participativa, sea la efectiva contraparte de las acciones del gobierno. En breve: mover a la reumática elefanta social como ya se mueve el ex reumático elefante estatal. 

b) Esto es necesario para terminar bien el sexenio. En la perspectiva del próximo, de lo que se trata es de que ese mismo trabajo de organización, concientización y movilización sirva para ir poniendo en pie la fuerza social y política que se precisa para ganar con sobrada mayoría la elección presidencial de 2024 y para acompañar al nuevo gobierno de Morena en la tarea de sacar adelante las reformas que le darán contenido a la segunda etapa de la 4T.

c) Formular de manera participativa y concertada el programa general de la segunda etapa de la 4T en el que nuestro candidato o candidata deberá encuadrar su proyecto sexenal de gobierno. Mario Delgado, presidente del Partido, habló de una Comisión de Programa cuya tarea, pienso, no será encerrarse y formularlo, sino abrir el debate sobre la prospectiva a toda la militancia y a las organizaciones sociales, movimientos, asociaciones civiles e intelectuales afines a la 4T. Debate que deberá incluir la severa crítica y autocrítica de lo que hasta ahora hemos hecho como sociedad y como gobierno, que no todos los cuestionamientos son de derecha y sin un buen balance no puede haber una buena propuesta. Necesitamos que el programa de la segunda etapa de la 4T tenga el amplio y meditado respaldo que nace de haber colaborado en su formulación. Respaldo informado y consciente que se transformará en apoyo y exigencia cuando nuestro candidato o candidata sea presidente de la República. 

9 Si queremos sacar adelante las dos primeras tareas y hacer de Morena un verdadero partido-movimiento con dos y medio millones de militantes, para empezar es indispensable que el III Congreso tome medidas para organizar en comités de base a todos los miembros del partido, viejos y nuevos. No sólo para que puedan responder con eficacia a las acciones electorales y coyunturales que nos esperan, sino también y principalmente para hacer de Morena un organizador, educador y movilizador social. 

Hace unas semanas, en una plática en corto, López Obrador dijo que sería bueno que en todos los municipios del país Morena convocara asambleas abiertas para que la ciudadanía planteara sus problemas, propusiera soluciones y emergieran dirigentes… Fue sugerencia, no instrucción —tan así que no se ha hecho—, pero a mi me pareció muy pertinente. Aunque retadora, pues como hemos visto en toda convocatoria abierta se cuelan los caciquillos, oportunistas y trepadores, además de los provocadores de la derecha. Pero quedarse en casa para que no haya alborotos no es opción, de modo que tomándole la palabra a Andrés Manuel formulé la siguiente propuesta:   

«Además de prepararse para las movilizaciones electorales y coyunturales es necesario que Morena organice una Campaña permanente de vinculación, organización y movilización social, que se desarrolle tanto en lo territorial como en lo sectorial. Una campaña que movilice conforme a sus capacidades y posibilidades a todos y cada uno de los militantes y simpatizantes del partido, cada quien en su sector y/o región. Una campaña que partiendo de someros diagnósticos establezca objetivos particulares, metas y plazos definidos participativamente y por los propios militantes. Una campaña coordinada centralmente por la Presidencia o la Secretaría General, pero en cuya definición, operación, seguimiento y evaluación participen las dirigencias de los estados y todas las secretarías con incumbencias sectoriales. Una campaña que puede empezar planeando, organizando y realizando una o más asambleas populares abiertas en todos los municipios del país de las que surjan necesidades, demandas, propuestas y compromisos tanto del partido como de la sociedad progresivamente organizada».

Algo así podría plantearse en el III Congreso.

10 Las propuestas que aquí he venido haciendo demandan una revolución de las conciencias. Y no sólo de las conciencias, también de las formas de organización y movilización, primero de Morena y después de la sociedad mexicana toda.

En los próximos días habrá que realizar un Congreso y ahí nombrar dirigencias y reformar estatutos; habrá que ganar las elecciones en Coahuila y el Estado de México; habrá que elegir por encuesta a nuestro candidato o candidata a la presidencia de la República en 2024. Pero siendo estas tareas muy importantes, no son las más importantes. Y es que sin un partido de verdaderos militantes; sin una sociedad organizada, concientizada y movilizada; sin un proyecto consensuado para el próximo sexenio la 4T se quedará en los cimientos que está poniendo López Obrador. Y no queremos eso. 

Ganarle al sistema y deshacernos del viejo régimen por la vía electoral no fue fácil. Y sin embargo lo hicimos. Lo que sigue es aún más retador, pero entre todas y todos, y echándole ganas, lo conseguiremos. No faltaba más.

[1] Para un análisis más amplio sobre la cuestión, sírvase consultar Armando Bartra, «Por un partido en movimiento. Lo que va de la posrevolución a la poselección», en Conciencias, INFP/Morena, núm. 2, noviembre 2021, pp. 12-17.

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