Radicalizar la democracia

Democracia

Participación-representación

Hegemonía

por Diego Antonio Contreras    Octubre 10 de 2022

En el proceso político que vivimos no basta pregonar la democracia participativa contra la representativa o considerar cuál es primera o posterior. Se tendrán formas de participación del pueblo con sus limitaciones y posibilidades, sabiendo que no podrán participar todos cara a cara ni lograr un consenso total, siempre habrá disenso implícito o explícito el cual dependerá de las fuerzas políticas. Por otro lado, las formas de representación se tendrán que articular con las formas de participación, pero a su vez lograr que realmente representen lo que dicen representar, porque están en ese cargo debido a que el pueblo les delega ese servicio. Delegar no implica renunciar a la propia voluntad, sino que mantiene una relación con aquel que lo representa o está en el gobierno.  

Radicalizar la democracia no es simplemente participar, sino decidir. Puede haber espacios o momentos para participar, pero eso no es determinante en la política. Por otra parte, tampoco aceptamos reducir la democracia a sólo la forma de gobierno para y con el pueblo, porque esa minoría, el gobierno, podría suplantar al soberano y pretender que sólo  desde el gobierno se marca el rumbo político.

Debido a lo anterior la democracia implica una política de mayor complejidad por la tensión, los conflictos y las contradicciones entre la pluralidad de los sujetos políticos, porque hay condiciones de la población en general para involucrarse en los asuntos públicos, lo cual es inconcebible desde regímenes oligárquicos, aristocráticos o monárquicos. 

Es pertinente retomar el planteamiento radical de Karl Marx sobre la democracia y el poder soberano, el cual expone en su Crítica del derecho del Estado de Hegel. El poder soberano da inicio a la realidad al ejercer su voluntad real, se autodetermina porque impone la decisión última. Desde el planteamiento hegeliano el Estado necesita un individuo que represente la soberanía: el monarca, pero ¿qué es un monarca sin pueblo? ¿sin pueblo el monarca es soberano? Debido a eso la soberanía del monarca se sustenta por la soberanía del pueblo, eso implicaría que coexisten dos soberanos con la posibilidad de ser contrapuestos. Marx, desde su postura democrática, afirma que el único soberano es el pueblo y sólo él tiene la facultad para decidir. Agregaría: el pueblo ante el poder ejecutivo y el legislativo, uno ejecuta y el otro legisla, son determinaciones del mismo pueblo y ambos poderes tendrían que asumir las decisiones del pueblo, las decisiones del soberano, aunque puede no ser así. De ahí la importancia política de la lucha hegemónica, la cual hará efectiva la soberanía popular. Si se pretende lo antihegemónico de manera ingenua provocará debilitar la lucha popular y fortalecerá la hegemonía neoliberal, porque hay una tensión de fuerzas y sólo una ejercerá su voluntad real, ya sea la hegemonía popular o la neoliberal, para pensar en el presente. 

Nuestro pensador considera secundarias la Constitución, las leyes y el Estado, porque de manera análoga a la religión es el ser humano quien crea la religión y no al revés. Asimismo, en la política el pueblo es quien crea la Constitución, las leyes y al Estado, y quien determina la historia del pueblo es el pueblo mismo y no la Constitución, las leyes o el Estado. Estas tres generan condiciones, pero no las determinaciones. De ahí la importancia de fortalecer la soberanía popular desde su representantes, gobiernos y formas de participación para impulsar nuevas reformas o la creación de una nueva constitución que responda al momento histórico que vive el pueblo y evitar caer en el formalismo idealista romántico que piensa que una nueva Constitución determinará el rumbo del pueblo. Nuestro pensador resaltaba: a) «La constitución no crea al pueblo, el pueblo la crea»; 2) «En la democracia aparece la constitución misma solamente como una determinación, que es además la autodeterminación del pueblo».

Una pregunta para seguir problematizando sobre la democracia radical es: ¿sobre qué decide el pueblo? El pensador alemán Carl Schmitt definió al soberano de la siguiente manera: «soberano es quien decide el estado de excepción». Él parte del punto extremo en un conflicto y asume que esta decisión recae en una sola persona, lo cual consideramos que no es así porque hay una co-determinación de varios poderes y la autodeterminación del pueblo. Sin embargo, en este texto no profundizaremos sobre el soberano para no desviarnos del tema que nos compete sobre la democracia.

Para responder la pregunta que planteamos lo haremos de una manera indirecta y dependerá del proceso histórico político situado en el presente. Desde la 4T podemos afirmar que las decisiones y avances encabezados por nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador son realmente decisiones del pueblo, pues satisfacen necesidades y anhelos en general de la población de nuestro país. De manera particular, nuestro presidente no se asume como el soberano sino como el servidor y el representante que ejecuta las decisiones del pueblo. Desde esta postura, la democracia radical implicaría que todo representante, partido político, organización, integrante de gobierno, busque la manera, desde sus competencias, de realizar la voluntad popular. Pero ésta no es algo homogéneo ni puro, habrá intereses y fines de todo tipo, pero si se quiere asumir de manera democrática implica que desde la más contradictoria condición humana se guíe hacia «el sacrificio por el bien público», como lo expresó Baruch Spinoza sobre la democracia en su Tratado político.

La democracia como un modo de la política politiza al pueblo porque las decisiones trascendentales de la vida nacional no se limitan o determinan por una persona, como en la monarquía, o por un grupo privilegiado, como en la oligarquía. En estos casos ambos pueden prescindir del pueblo; en la democracia no es así. 

Al pueblo no lo podemos idealizar en un estado de pureza de manera romántica, como si fuera algo homogéneo, sin defectos ni pasiones negativas, ni libre de contradicciones o como si cada actor del pueblo fuera un dios infalible y siempre cumpliera a cabalidad todo aquello que promete. El pueblo tiene pasiones, defectos, contradicciones, intereses, es heterogéneo y está en permanente reconstrucción dependiendo del momento histórico. El pueblo mexicano no es el mismo en la lucha por la independencia o en la guerra de Reforma, o en la revolución o en la década de los 30, o en los tiempos del neoliberalismo bajo el gobierno del PRIAN o actualmente en tiempos de la Cuarta Transformación. No podemos definir el pueblo sólo para satisfacer caprichos teóricos. Debido a eso, Spinoza en el Tratado político, quiso comprender los actos humanos en la política, sin idealizaciones, por eso crítica a los filósofos o intelectuales orgánicos porque «no conciben a los hombres tal cual son, sino como ellos quisieran que fuesen», y «acarician la ilusión que sería posible inducir a la multitud a vivir según la disciplina exclusiva de la razón, sueñan con la edad de oro o con un cuento de hadas. (…) ya que todos los hombres sean bárbaros o cultos, establecen entre ellos determinadas relaciones y forman una especie de sociedad civil (…) en la naturaleza común a todos los hombres». Además, «la gente no lucha contra una entidad abstracta, sino que las personas se ven motivadas a actuar siempre sobre las situaciones concretas», como lo considera Chantal Mouffe. 

Reiteramos, radicalizar la democracia es ir a la raíz de este planteamiento tanto práctico como teórico de la autodetereminación del pueblo como el soberano político. Esto no está dado en sí, aunque jurídicamente esté establecido en nuestra Constitución en el artículo 39: la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Pero preferimos otra redacción: el pueblo es el soberano. De esta manera se expresa sin un formalismo donde la idea se incrusta en lo concreto como es el pueblo. Marx afirmaba: «Sólo el pueblo es lo concreto». Sólo el pueblo hará real, a través de la lucha y la articulación hegemónica, el asurmise como el soberano ante otros sujetos que pretendan lo mismo. La democracia en un proceso político no se logra al 100% ni tampoco al llegar a cierto grado democrático todo será armonía paradisíaca. No, la democratización se va reconfigurando y reconstruyendo dependiendo de los resultados en los conflictos entre los sujetos antagónicos en la lucha hegemónica. Podemos considerar que un proceso político más democratico es cuando se asume con menor tensión la decisión del pueblo ante las distintas instancias, y es menos democrático cuando otros sujetos usurpan al soberano. El poder soberano o del pueblo es la capacidad para decidir o determinar, sin ser restringida por la oligarquía o la aristocracia o por un monarca. 

La labor del pueblo, de manera sincrónica, retomando la idea de Mouffe, implica desarticular las prácticas existentes que oprimen, dominan, explotan y mantienen la desigualdad, pero a su vez transformar esas prácticas e instaurar nuevas. Aunque habrá momentos positivos de ruptura hacia algo nuevo y de confrontación para fortalecer al pueblo, asimismo habrá derrotas, negociaciones o sumisión cuando no se tiene la fuerza, astucia suficiente, o por los errores cometidos no será posible poner las condiciones deseadas. De esta manera hay un tensión antagónica entre el pueblo y la oligarquía de decidir sobre la vida pública, el Estado, el mercado, la política, la economía, la cultura, etc.  

Concluimos este texto con las palabras de nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador dichas en una mañanera: «El demócrata es quien quiere establecer la democracia como forma de vida, que sea el pueblo el que mande, que se le pregunte al pueblo, que se establezca el hábito democrático, si no, no hubiéramos empezado con esta lucha y en abrir brecha».

* Arte en portada: José Clemente Orozco, El pueblo y sus falsos líderes

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