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violencias neoliberales

Neoliberalismo y vida cotidiana

por César Gabino Macías Ceballos    Noviembre 23 de 2021

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El neoliberalismo ha afectado mi vida cotidiana, principalmente, en el ámbito económico y laboral. Provengo de una familia conformada por cinco personas, siendo el menor de tres hermanos. Hace no mucho tiempo comprendí que todos hemos sido víctimas del neoliberalismo. Mi padre, un profesor normalista y posteriormente universitario, fue víctima de la persecución y el acoso político y laboral (la mayor parte de su vida productiva fue en las aulas de una universidad pública), tachado de comunista (¡increíble!). Mi madre, una trabajadora, trabajó de secretaria, puesto que históricamente ha sido estigmatizado como servicial, desechable y de fácil sustitución, y en un contexto machista considerado como la aspiración y el rol laboral al que toda mujer está destinada: servir y ayudar secundariamente (en el mayor de los casos) al patrón, sólo eso. Ellos sufrieron directamente la precarización laboral, pues desde los años 90 prácticamente no gozaron de ningún aumento salarial real. En el caso de mi madre, trabajó muchos años sin prestaciones laborales y en su última etapa productiva bajo el esquema de outsourcing, sin prestaciones básicas y, desde luego, sin posibilidad de acceder a una pensión por cesantía digna.

Mis padres, con mucho esfuerzo, pudieron brindarme la oportunidad de estudiar una licenciatura y, paradójicamente, siendo abogado, he sido víctima del neoliberalismo permitiendo mi injusta contratación bajo un esquema que niega los derechos laborales básicos: salario y jornada justas, así como prestaciones de ley. Posteriormente, y ante la necesidad, pude dar clase en una universidad privada (sí, aquellas surgidas en el contexto neoliberal, esas que no forman alumnos, sino que tratan con clientes a quienes se les adoctrina, no se les enseña), donde no he podido ni siquiera firmar un contrato formal de trabajo. De prestaciones ni siquiera hablamos.

Ante todo esto queda claro que en el sistema neoliberal la fuerza de trabajo es explotada, considerada sólo como algo desechable. Se pisotea la dignidad de una persona no sólo como trabajador, también como ser humano. Es la descomposición social, la cosificación de las relaciones sociales, aunado a la falta de oportunidades de empleo, los bajos salarios, la corrupción y la mercantilización de la fuerza de trabajo, las causas de la violencia que hoy padecemos: la aparición del narcotráfico o la violencia contra las mujeres y niños, misma que se expresa a través de la explotación laboral infantil, la pornografía, la trata de blancas, los homicidios dolosos, los feminicidios y el ideal egoísta e individualista que se sintetiza en la tan conocida frase «el que no tranza no avanza».

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